jueves, 27 de enero de 2011

El hombre de al lado

Preparé un “fernando” y me dispuse a ver El hombre de al lado, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, una de las películas argentinas premiadas en estos días. Apenas comenzó me atrapó, y fue creciendo en mí esa tensión que nos transmiten los films que narran vidas cotidianas que se van cargando de suspenso por la falta de resolución de problemas relativamente sencillos. Me puso nervioso, lo cual mereció otro “fernando”. 
En medio del drama vino a mi memoria El Plomero, de Peter Weir. Tiene muchos parecidos (demasiados quizá) y, al igual que en  la película australiana, en determinado momento uno espera que suceda cualquier cosa.
La actuación de Daniel Araoz que hace de  Víctor (justamente el hombre de al lado) es, en mi humilde parecer, espectacular. El personaje oscila entre un lumpen, creativo y cumbianchero, y un manipulador exasperante y atemorizador. Este Víctor y el otro personaje (el protagonista) hacen crecer la tensión a partir de algo muy cotidiano pero de difícil resolución en una sociedad argentina que contiene bolsones o nichos culturales que parecen de difícil combinación. Los prejuicios para entenderse con el otro hacen que esa tensión crezca a partir de una situación por demás sencilla de resolver si existe la posibilidad de diálogo abierto.
La falsa moral y la hipocresía cruzan todo el texto, pero es el protagonista, representante de una clase media profesional, el elegido por los directores para expresar esa forma de vida en la que, con las formas de la buena educación, puede llegar a romper cualquier límite. Este es un punto en común que esta película tiene con el film de Miguel Cohan, Sin Retorno -con Luppi y Sbaraglia- donde esa moral de profesionales bien educados se muestra tan vacía que llega a perder la noción primaria del valor de la vida.
La película es excelente y creo que dice mucho de la sociedad argentina., pero  ya no puedo escribir mucho mas, con la peli me tomé cuatro fernandos. Salú.
Nota: está bien interesante un reportaje a Gastón Duprat en Tierra en Trance.

martes, 25 de enero de 2011

Argentina: un país, muchos países


Un país son muchos países cuando uno se adentra en la maraña de mitos, leyendas e historias reales que le dan cuerpo a las culturas que alberga. Argentina, si uno toma distancia de ese agobiador porteñismo que a veces nos inunda, son muchos países, es un espacio de gran diversidad que se expresa en el lenguaje, en las historias en las costumbres y creencias. Geografías argentinas, de Martín Jáuregui, es un texto que nos lleva de la mano hacia la inquietud, hacia el deseo de subirse el auto para recorrer caminos  y pueblos  de ese país que late con una parsimoniosa vitalidad. En el texto, por ejemplo, Olegario Andrade Vega, mariscador de los Esteros del Iberá, cuenta de su trajinar con la canoa y dice que los camalotes son almas que penan flotando en el río; o podemos saber de los secretos que guarda el último preso de la cárcel de Usuahia, que habla rodeado de soledad y de la solidaridad de sus vecinos. Hay muchos otros que están en el libro de Jáuregui: La mas antigua coplera de Tilcara dice que le pide prestadas sus coplas al viento y otras las aprende del Zupay; Agustín Bonavitta, chatarrero del Riachuelo, cuenta de su encuentro con “el ser” en las profundidades de esa aceitosa cloaca porteña. Un estudiante de antropología narra la historia de Santa María La Mayor, la mas antigua misión jesuítica, custodiada por un yaguareté albino. Una aviadora cuenta de su particular vuelo desde la Isla martín García a Carmen de Patagones. Un cordobés, como cualquiera de los que conocemos, trata de explicar porqué ellos hablan como corresponde.
Si el lector se siente atraído por los relatos, puede echar un ojo a toda la descripción económica, geográfica y social que el autor recopila y que en el texto está en otra letra, como si fuera un libro dentro de otro. De manera que permanentemente el relato está contextuado dando cuenta del espacio y sus características. económicas y sociales. El libro “Geografías argentinas: mitos, historias y secretos de un país”, de Martín Jáuregui, es muy entretenido y llevadero, una puerta para conocer nuestro inmenso y hermoso país… que nos deja con ganas de no bajar del auto.

jueves, 20 de enero de 2011

Contagiar el inconformismo

Lo que sigue es la segunda parte del discurso de José "Pepe" Mujica a los intelectuales y artistas uruguayos, en abril de 2010. La primera parte se publicó en este blog con el título "El lugar del conocimiento y la fuerza del contagio"


Les pedía antes que contagien la mirada curiosa del mundo, que está en el ADN del trabajo intelectual. Y ahora agrando el pedido y les ruego que contagien inconformismo. Estoy convencido que este país necesita una nueva epidemia de inconformismo como la que los intelectuales generaron décadas atrás. En el Uruguay, los que estamos en el espacio político de la izquierda somos hijos o sobrinos de aquel semanario Marcha del gran Carlos Quijano. Aquella generación de intelectuales se había impuesto a sí misma la tarea de ser la conciencia crítica de la nación. Anduvieron con alfileres en la mano pinchando globos y desinflando mitos. Sobre todo el mito del Uruguay multicampeón. Campeón de la cultura, de la educación, del desarrollo social y de la democracia. ¡Qué íbamos a ser campeones de nada! Y menos en esos años, en las décadas de los cincuenta y sesenta, donde el único récord que supimos conseguir fue la del país de Latinoamérica que menos creció en veinte años. Sólo nos superó Haití en ese ranking. Esos intelectuales ayudaron a demoler aquel Uruguay de la siesta conformista. Con todos sus defectos, preferimos esta etapa, donde estamos más humildes y ubicados en la real estatura que tenemos en el mundo. Pero tenemos que recuperar aquel inconformismo y tratar de metérselo debajo de la piel al Uruguay entero

Antes les decía que la inteligencia que le sirve a un país es la inteligencia distribuida. Ahora les digo que el inconformismo que le sirve a un país es el inconformismo distribuido. El que ha invadido la vida de todos los días y nos empuja a preguntarnos si lo que estoy haciendo no se puede hacer mejor. El inconformismo está en la naturaleza misma del trabajo que ustedes hacen. Se precisa que se nos haga a todos una segunda naturaleza. Una cultura del inconformismo es la que no nos deja parar hasta conseguir más kilos por hectárea de trigo o más litros por vaca lechera. Todo, absolutamente todo, se puede hacer hoy un poco mejor que ayer. Desde tender la cama de un hotel a matrizar un circuito integrado. Necesitamos una epidemia de inconformismo. Y eso también es cultural, eso también se irradia desde el centro intelectual de la sociedad a su periferia. Es el inconformismo el que ha ganado el respeto a pequeñas sociedades y a lo que hacen. Ahí andan los suizos, cuatro gatos locos como nosotros, que se dan el lujo de andar por ahí vendiendo calidad suiza o precisión suiza. Yo diría que lo que de verdad venden es inteligencia e inconformismo suizos, ese que tienen desparramado por toda la sociedad.


Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación. Y miren que es un puente largo y difícil de cruzar. Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo. Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas. Pero hay que hacerlo. Se lo debemos a nuestros hijos y nietos. Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento. Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite. Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia. Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números. Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta. Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa. Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez. O como los que vieron el fuego por primera vez. Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia. Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo. Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo. Es abrumador.
 Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente. Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua. Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes. Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena. Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica. Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada. Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública. Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo. No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines. Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento. Este mundo nuevo no nos simplifica la  vida, nos la complica. Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación. No hay tarea más grande delante de nosotros.
Queridos amigos, estamos en tiempos electorales. En benditos y malditos tiempos electorales. Malditos, porque nos ponen a pelear y a correr carreras entre nosotros. Benditos, porque nos permiten la convivencia civilizada. Y otra vez benditos, porque con todas sus imperfecciones, nos hacen dueños de nuestro destino. Aquí todos aprendimos que es preferible la peor democracia a la mejor dictadura. En los tiempos electorales, todos nos organizamos en grupos, fracciones y partidos, nos rodeamos de técnicos y profesionales, y desfilamos frente al soberano. Hay adrenalina y entusiasmo. Pero después, alguien gana y alguien pierde. Y eso no debería ser un drama. Con unos o con otros, la democracia uruguaya seguirá su camino e irá encontrando las fórmulas hacia el bienestar. Nos toque el lugar que nos toque, allí vamos a estar tratando de poner el hombro. Y estoy seguro de que ustedes también. La sociedad, el Estado y el Gobierno precisan de sus muchos talentos. Y precisan aún más de su actitud idealista. Los que estamos aquí, nos acercamos a la política para servir, NO para servirnos del Estado. La buena fe es nuestra única intransigencia. Casi todo lo demás es negociable.
Gracias por acompañarme.
Miércoles 29 de abril de 2010, en el Palacio Legislativo de Montevideo.

martes, 18 de enero de 2011

El lugar del conocimiento y la fuerza del contagio.

En abril del 2010, José "Pepe" Mujica -actual presidente de Uruguay- se reunió con intelectuales y artistas de su país en el Palacio Legislativo. Allí dio un discurso donde explicita, desde su perspectiva, el lugar que tiene el conocimiento, la educación y las ganas de saber, en la construcción de una sociedad mas justa. Reproduzco ese discurso  porque su sencillez y profundidad lo merecen.

Queridos amigos:
La vida ha sido extraordinariamente generosa conmigo. Me ha dado un sinfín de satisfacciones más allá de lo que nunca me hubiera atrevido a soñar. Casi todas son inmerecidas. Pero ninguna más que la de hoy:encontrarme ahora aquí, en el corazón de la democracia uruguaya, rodeado de cientos de cabezas pensantes.¡Cabezas pensantes! A diestra y siniestra. Cabezas pensantes a troche y moche, cabezas pensantes pa’ tirar pa’ arriba. ¿Se acuerdan de Rico Mac Pato, aquel tío millonario del pato Donald que nadaba en una piscina llena de billetes? El tipo había desarrollado una sensualidad física por el dinero. Me gusta pensarme como alguien que le gusta darse baños en piscinas llenas de inteligencia ajena, de cultura ajena, de sabiduría ajena. Cuanto más ajena, mejor. Cuanto menos coincide con mis pequeños saberes, mejor.


El semanario BÚSQUEDA tiene una hermosa frase que usa como insignia: “Lo que digo no lo digo como hombre sabedor, sino buscando junto con vosotros”. Por una vez estamos de acuerdo. ¡Si, estamos de acuerdo! Lo que digo, no lo digo como chacarero sabiondo, ni como payador leído, lo digo buscando con ustedes. Lo digo, buscando, porque sólo los ignorantes creen que la verdad es definitiva y maciza, cuando apenas es provisoria y gelatinosa. Hay que buscarla porque anda corriendo de escondite en escondite. Y pobre del que emprenda en soledad esta cacería. Hay que hacerlo con ustedes, con los que han hecho del trabajo intelectual la razón de su vida. Con los que están aquí y con los muchos más que no están.
Si miran para el costado van a encontrar seguramente algunas caras conocidas porque se trata de gente que se desempeña en espacios de trabajo afines. Pero van a encontrar mucho más caras que les son desconocidas, porque la regla de esta convocatoria ha sido la heterogeneidad. Aquí están los que se dedican a trabajar con átomos y moléculas y los que se dedican a estudiar las reglas de la producción y el intercambio en la sociedad. Hay gente de las ciencias básicas y de su casi antípoda, las ciencias sociales; gente de la biología y del teatro, y de la música, de la educación, del derecho y del carnaval. Y en tren de que no falte nada, hay gente de la economía, de la macroeconomía, de la microeconomía, de la economía comparada y hasta alguno de la economía doméstica. Todas cabezas pensantes, pero que piensan en distintas cosas y pueden contribuir desde sus distintas disciplinas a mejorar este país. Y mejorar este país significa muchas cosas, pero desde los acentos que queremos para esta jornada, mejorar el país significa empujar los complejos procesos que multipliquen por mil el poderío intelectual que aquí esta reunido. Mejorar el país, significa que dentro de veinte años, para un acto como este no alcance el Estadio Centenario, porque al Uruguay le salen ingenieros, filósofos y artistas hasta por las orejas. No es que queramos un país que bata los récords mundiales por el puro placer de hacerlo. Es porque está demostrado que, una vez que la inteligencia adquiere un cierto grado de concentración en una sociedad, se hace contagiosa. Si un día llenamos estadios de gente formada va a ser porque afuera, en la sociedad, hay cientos de miles de uruguayos que han cultivado su capacidad de pensar. La inteligencia que le rinde a un país es la inteligencia distribuida. Es la que no está sólo guardada en los laboratorios o las universidades, sino la que anda por la calle. La inteligencia que se usa para sembrar, para tornear, para manejar un autoelevador o para programar una computadora. Para cocinar, para atender bien a un turista, es la misma inteligencia. Unos subirán más escalones que otros, pero es la misma escalera. Y los peldaños de abajo son los mismos para la física nuclear que para el manejo de un campo. Para todo se precisa la misma mirada curiosa, hambrienta de conocimiento y muy inconformista. Se termina sabiendo, porque antes supimos estar incómodos por no saber. Aprendemos porque tenemos picazón y eso se adquiere por contagio cultural, casi cuando abrimos los ojos al mundo. Sueño con un país en el que los padres le muestren el pasto a los hijos chicos y le digan: “¿Sabés qué es eso?, es una planta procesadora de la energía del sol y de los minerales de la tierra”. O que les muestren el cielo estrellado y hagan piecito en ese espectáculo para hacerlos pensar en los cuerpos celestes, en la velocidad de la luz y en la transmisión de las ondas. Y no se preocupen, que esos uruguayos chicos igual van a seguir jugando al fútbol. Sólo que, en una de esas, mientras ven picar la pelota puedan pensar a la vez en la elasticidad de los materiales que la hacen rebotar.
Había un dicho: “No le des pescado a un niño, enséñale a pescar”. Hoy deberíamos decir: “No le des un dato al niño, enséñale a pensar”. Tal como vamos, los depósitos de conocimiento no van a estar más dentro de nuestras cabezas, sino ahí afuera, disponibles para buscarlos por Internet. Ahí va a estar toda la información, todos los datos, todo lo que ya se sabe. En otras palabras, van a estar todas las respuestas. Lo que no van a estar es todas las preguntas. En la capacidad de interrogarse va a estar la cosa. En la capacidad de formular preguntas fecundas, que disparen nuevos esfuerzos de investigación y aprendizaje. Y eso está allá abajo, marcado casi en el hueso de nuestra cabeza, tan hondo que casi no tenemos conciencia. Simplemente aprendemos a mirar el mundo con un signo de interrogación, y esa se vuelve la manera natural de mirar el mundo. Se adquiere temprano y nos acompaña toda la vida. Y sobre todo, queridos amigos, se contagia. En todos los tiempos, han sido ustedes, los que se dedican a la actividad intelectual, los encargados de desparramar la semilla. O para decirlo con palabras que nos son muy queridas: ustedes han sido los encargados de encender la admirable alarma. Por favor, vayan y contagien. ¡No perdonen a nadie! Necesitamos un tipo de cultura que se propague en el aire, entre en los hogares, se cuele en las cocinas y esté hasta en el cuarto de baño. Cuando se consigue eso, se ganó el partido casi para siempre. Porque se quiebra la ignorancia esencial que hace débiles a muchos, una generación tras otra.
Necesitamos masificar la inteligencia, primero que nada para hacernos productores más potentes. Y eso es casi una cuestión de supervivencia. Pero en esta vida, no se trata sólo de producir: también hay que disfrutar. Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer. Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo queda el placer. 
Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute. ¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente! Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales. No porque sea elegante sino porque es placentero. Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines. ¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices! Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de Shopping centers. En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos. No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.
Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción. Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos. Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques. Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales. Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento. En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada.
Un próximos días, se publica la segunda parte con el título "Contagiar el inconformismo"

martes, 11 de enero de 2011

Fueron los gnomos

Ayer murió María Elena Walsh, y quiero utilizar este espacio para decir que fueron los gnomos. Si. Fueron ellos los que dieron este golpe. Venían amenazando, avisando, insistiendo desde hace años. En fin, ayer pegaron fuerte. Pero por medio de este humilde medio los convoco a seguir la tarea de esta gran poeta: la defensa de la eñe. Y… , por consecuencia, que se jodan los “ñomos”. Vamos por más.

Defensa de la eñe
Por María Elena Walsh

La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe. ¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta la apócope. Ya nos han traducido el pochoclo. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~. ¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿En los pagos de Añatuya cómo cantarán Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní? "La ortografía también es gente", escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamérica, como la letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui. A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños, salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos! Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta. No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio. Fantasía inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para no añadir más leña a la hoguera dónde se debate nuestro discriminado signo.
Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet! La eñe también es gente.

Je je. Que linda esta Mería Elena de todos...   
En este mundo que tratamos siempre de poner “al derecho”, no abunda esa mirada infantil que nos dice que está al revés y que vale la pena el intento. En esta mañana siento como aquel Angel Parra que le escribió a su hermana Violeta: “Cántame una canción más… sólo una… ¡que te cuesta mujer…!”  Algo mas de Gulubú, solo un poquito mas, no te lo lleves todo… En fin, ya no se puede. Seguiremos entonces, cantando al sol como la cigarra…
La vamos a extrañar, así que va un regalito para recordarla:





martes, 4 de enero de 2011

La venganza de los patriotas

Si viviera en la China, diría: es una buena novela policial. Pero vivo en Argentina, en América Latina, entonces, cuando termino de leer La venganza de los patriotas de Miguel Bonasso me digo: “¿Cómo puede ser que se siga sosteniendo una visión de la historia  americana tan profundamente porteña (de Buenos Aires)?. Sólo así puede explicarse la ignorancia respecto a la sobresaliente actividad de Monteagudo en el proceso libertario de América Latina, que fue secretario y asesor de Castelli, O'Higgins, San Martín y Bolívar.
El libro relata, bajo el formato de novela, la historia de la campaña libertadora del Perú que lleva adelante el Gral San Martín, y la importancia de ese país en la liberación continental que termina de resolver Bolívar, después de la reunión que éste y el primero tuvieron en Guayaquil. Si ése es el gran tema, Bonasso nos revela –con la trama propia de una novela policial- la manera en que desde un comienzo, hombres como San Martín o Bolívar tienen que vérselas con grandes miserias humanas: la avaricia, la envidia, el complot, la deslealtad, etc. Quizá ésta haya sido la gran habilidad de estos hombres: haber conducido esas grandes campañas de liberación, uno desde el norte y el otro desde el sur, sabiendo que esas miserias son parte de la construcción de una sociedad, parte de la vida. El tema es que esas miserias pueden terminar minando el espíritu, los proyectos, las ideas y, por supuesto, comprando hombres y mujeres. Mucho de esto –mas allá de las habilidades del enemigo- le pasó a los dos libertadores. Como en cierto momento dice Ayala, uno de los más importantes colaboradores de Monteagudo, luego de desbaratar un atentado de los peruanos contra San Martín: ¿No nos estarán corrompiendo y dividiendo esos quinientos mil pesos que les sacamos a los maturrangos y la municipalidad nos regaló? Antes ninguno pensaba en otra cosa que en la Patria y la Gloria y ahora sólo piensan en dinero y en honores. Antes éramos todos como “el hachado” (por el Gral Arenales, gran patriota leal de San Martín) y nos conformaban con un frasco de yerba y un pedazo de charqui, ahora queremos palacios y dinero, mucho dinero, como Lord “metálico” (se refiere al almirante inglés, al servicio de San martín, Cochrane).
Lo cierto es que esas miserias que se presentan en forma de complot, sublevaciones y mezquindades de todo tipo, terminan socavando el proceso libertario. Ni la monarquía de San Martín, ni la república y la Unión Latinoamericana de Bolívar fueron posibles. San Martín, agotado de tanto complot y deslealtad, y sin fuerzas propias para dominar el Perú, se retira. O'Higgins, presionado por la posibilidad de una guerra civil en su Chile, se exilia en Perú. En muy poco tiempo, Sucre –el principal brazo militar de Bolívar- y Monteagudo –el brazo político- son asesinados en sórdidas y cobardes emboscadas. Bolívar, en  escasos años, fue abandonado por sus connacionales y se retiró, atrapado por la tisis y la decepción.  El Perú como la futura Argentina, se undían en la inestabilidad y la violencia; Venezuela y Colombia se separaban de la Gran Colombia que había creado Bolívar. Monteagudo, que había conducido la sección de espionaje de la campaña de San Martín, había profetizado este final: Oh, Dios mío,!! La pena que me causa cuando reflexiono que toda esta guerra por nuestra independencia es una guerra mansa comparada a los destrozos, matanzas y asesinatos que hemos de ver en estos países, después de haber botado el último español de tierra americana. (402)
Monteagudo. Bien, aquí nos encontramos con el gran tema que articula la trama policial de la novela : el asesinato de Bernardo de Monteagudo. El texto nos atrapa, aunque no desde el comienzo. Diría que hay que esperar un poco. Pero ya en el tercer capítulo uno está enteramente sumergido en ese vertiginoso proceso, mezclado entre espías, compra de voluntades y amores apasionados. 
Bonasso nos lleva de la mano por la historia oculta de las campañas libertadoras donde las mujeres tienen un lugar importantísimo. No sólo para darle un voltaje erótico a una novela de corte policial, sino porque  -como se sabe- ellas realmente combatieron apasionadamente, entre sábanas (lugar ideal para extraer información) o en el campo de batalla. Así mujeres como Rosa Campusano, Manuela Sáenz, Carmen Guzmán o Lucía Gana están en la novela con toda su pasión. El texto es atrapante, sorprende a cada paso. Son 402 páginas que van del espionaje a la guerra pasando por las alcobas donde, por ejemplo, San Martín es presa de su amante peruana que, con paciencia incaica, toma con las dos manos el “sable corvo” y le hace una felattio descomunal. Párrafos que, seguramente, abrirán algún debate. Pero... como dice el propio Bonasso en una entrevista: después de tanto luchar… el padre de la patria se merecía alguna alegría, no?. Un libro altamente recomendable.