jueves, 27 de octubre de 2011

La redondez de la Argentina

Publicado en "La Mañana de Neuquén" el domingo 24 de octubre de 2011


En el día de hoy, por séptima vez en lo que va del período democrático más largo de la historia argentina, elegimos presidente de la Nación. Las primarias ya dieron su veredicto. Lo que queda por saber es cuál será el porcentaje que alcanzará la Presidenta y quién se presentará como principal fuerza opositora. Datos importantes, por cierto, ya que no es lo mismo iniciar un segundo período con escaso respaldo o que la principal expresión de oposición sea de centro izquierda, o simplemente de derechas.
Un porcentaje mayor al 50 ó en torno al 60% es un inmejorable piso para un proyecto político: de un grupo, de un partido o de una Nación. En nuestro país son escasas las instancias en que una propuesta política se alzó con ese nivel de respaldo: podríamos hablar de Perón, que llegó al récord de 62% en 1973, o de Menem, que llegó al 53% en  1995. Cada momento tendrá su explicación, en los setenta o en los noventa. En nuestro caso, las razones parecen obvias: en estos últimos ocho años Argentina detuvo una larga decadencia en la que la dictadura y el peronismo de fin de siglo fueron la máxima expresión de esa pesadumbre.
 
Pensemos que nuestro país pasó de ser el más igualitario de América Latina y una de las economías capitalistas con mayor participación de los trabajadores en la renta nacional, a estar entre los más desiguales e injustos del continente. Así terminamos el siglo XX, con el hedor de la decadencia impregnando la vida cotidiana. Pues bien, estas elecciones son hijas de la forma que los argentinos hemos iniciado el tercer milenio: con un estallido ejemplar, fruto del hastío ante la tozudez de los poderosos, y de poner a prueba nuestras potencialidades.  El país se levantó, está empezando a caminar y, más aún, pareciera que hemos empezado a revertir esa penosa y larga caída. Hemos pasado de la bronca y desesperación a la alegría de la reconstrucción.


Crisis de paradigmas

El mundo está cambiando vertiginosamente. Por primera vez en quinientos años, es decir desde la conquista de América, las  naciones industriales de Occidente pierden el monopolio ejercido sobre la gestión de la ciencia y la tecnología, sobre la transformación productiva, la organización de la economía mundial y, más aún, parecen no saber cómo hacer para recuperarse. Sus paradigmas están en crisis, la globalidad está cambiando de formas. ¿En que lugar se quiere colocar Argentina? Porque si algo aprendimos de las últimas décadas es que cada país tiene la globalización que se merece.

En ese contexto, también nuestro país se transformó a gran velocidad. Dio grandes pasos en el tratamiento de sus heridas, recuperó la vitalidad económica con niveles de desempleo cercanos a los históricos en el siglo XX y, lo que es más destacable, está avanzando a pasos agigantados en desmantelar el arraigado sistema de zonzeras económicas. Alejandro Bunje, Raúl Prebisch, Marcelo Diamand, Jorge Sábato y Aldo Ferrer, por nombrar a los mas sobresalientes, son hoy “parte del aire” que se respira, no sin conflictos, en la Argentina de nuestros días. Conceptos, ideas, reflexiones, categorías desarrolladas por ellos, en su tiempo y en su contexto, son parte del andamiaje de un pensamiento que está reverdeciendo.
Estos brotes de un pensamiento económico alternativo son parte del esfuerzo de reconstrucción que hemos hecho. Porque la globalización es el espacio en que ejercen el poder las potencias dominantes, y uno de los principales mecanismos de la dominación radica en la construcción de teorías y visiones que son presentadas como criterios de validez universal pero que, en realidad, son funcionales a los intereses de los países centrales. Pues bien, en los tiempos de nuestro bicentenario, coincidente con la enorme posibilidad de estructurar un proyecto nacional de largo plazo, el centro del mundo no está en condiciones de hacer recomendaciones, y Argentina parece dispuesta a impulsar políticas más acordes con un destino de autonomía y justicia social.
Vale abundar sobre la cuestión. 
Hay un principio de conocimiento básico, que la economía –como otras disciplinas- suele olvidar: que todo principio general y abstracto de política económica, o de cualquier orden, está condicionado por la realidad de cada país y por la circunstancia. En 1970, en la introducción de “Hacia una dinámica del desarrollo Latinoamericano”, Raúl Prebisch decía: “Yo creía en todo aquello que los libros clásicos de los grandes centros me habían enseñado [pero] era tan grande la contradicción entre la realidad y la interpretación teórica elaborada en los grandes centros, que la interpretación no solo resultaba inoperante cuando se llevaba a la práctica, sino también contraproducente”.

Nuevo consenso

En nuestros días parece haber un consenso en la política económica latinoamericana. Ese consenso parte de la búsqueda de respuestas fundadas en una visión arraigada en la realidad propia, no subordinada a los enfoques convencionales, teniendo como objetivo el desarrollo social y la ampliación de la capacidad de América Latina de decidir su propio destino, en un contexto de cambios vertiginosos. Los insumos no son desconocidos, las ideas que vienen del nacionalismo popular (desde Jaurechte en adelante), como las que derivan del estructuralismo latinoamericano (Prebisch y cía) o de la teoría de la dependencia (Marini, Dos Santos, etc.), tienen un potencial teórico que está comenzando nuevamente a explorarse en vistas de cambiar el paradigma desde donde pensar nuestras economías e impulsar políticas de desarrollo autónomo y sustentable.
Ahora bien, no se trata simplemente de volver a citar a esos autores, es cuestión de tomarlos como punto de partida y construir una alternativa. En ese sentido, la consigna de Simón Rodríguez, “inventamos o erramos”, parece hoy más vigente que nunca, en un contexto nuevo y desafiante. El mercado internacional es, entre muchas otras cosas, el encuentro de políticas de promoción y defensa de los intereses propios; más llanamente, políticas nacionales en juego. Es cuestión de construir la propia que derivará de la forma en que nos pensemos en el mundo. Nada imposible si hay un pensamiento que la respalde, una pasión que nos mantenga en la senda y una voluntad de construir una Nación soberana.


Autoestima

Reiteramos la idea, este proceso de transformación en las ideas es fruto de la forma en que hemos logrado detener, en estos ocho años, la larga decadencia que arrastrábamos. Que el proceso continúe no depende de una persona, por lúcida que sea, y menos de políticos o partidos que demostraron servir tanto para un barrido como para un fregado. Si así pensamos, estamos nuevamente en problemas. Esa larga decadencia no fue fruto de marcianos que nos sometieron a transitar un camino al que no quisimos entrar. Desandar esa senda es desaprender viejas prácticas que están instaladas todavía en nuestra forma de entendernos como sociedad y que nos dificultan pensar, desde nosotros, en el largo plazo. Ya lo decía Arturo Jauretche: El argentino es vivo de ojo y zonzo de temperamento’, con lo que quería significar que paralelamente somos inteligentes para las cosas de corto alcance, pequeñas, individuales, y no cuando se trata de las cosas de todos, las comunes, las que hacen a la colectividad y de las cuales en definitiva resulta que sea útil o no aquella viveza de ojo. En fin, tenemos mucho por andar y por aprender de nosotros mismos y de los demás países. Pero en esta instancia, reitero la idea central de estas notas: fruto de estos años hemos recuperado porciones de autonomía que creíamos perdidas, girones de justicia que creíamos imposible, un nivel de productividad que creíamos desaparecido en la historia y, sobre todo, mejoramos nuestra autoestima.
Aunque el lamento tanguero es parte de nuestro ADN, hoy parece lejano aquel decadentismo de Osvaldo Soriano que afirmaba que “nadie es del todo argentino sin un buen fracaso, sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita”. Ese bandoneón de nuestro sentir seguirá estando, pero está claro que no somos sólo eso. Me viene a la memoria un viejo poema de Benedetti, “Defender la alegría”. Esa me parece que es la consigna de estos días. Defender la alegría, como actitud vital para buscar nuestra redondez. Sí, nuestra redondez. El Subcomandante Marcos señaló alguna vez que el neoliberalismo quería un mundo cuadrado, con rincones donde poner a la gente que sobra. Pero el mundo es redondo, sin rincones. Y ahí vamos entonces, con alegría, buscando la redondez de este hermoso país.

Juan Quintar

sábado, 8 de octubre de 2011

Entre Pink Floyd y Robinson: insumos para pensar la educación

Tengo en mente, siempre, y a veces con pavor, esa imagen de la educación que The Wall, esa maravillosa obra de Pink Floyd, grabó en todos nosotros. Porque no dejan de volver a mi esas preguntas que inquietan: ¿Hasta que punto aprendemos a pensar en nuestras escuelas y universidades? ¿Hasta que punto no estamos formateados para “pensar correctamente”? ¿Qué tipo de esfuerzo tenemos que hacer para desaprender ciertas cosas y luego para transmitir –en el caso de los docentes- una forma más creativa de confrontar con la realidad? ¿Cómo le hacemos para poder dar cuenta de las múltiples potencialidades de nuestro entorno? ¿Cómo aprendemos? ¿Cómo enseñamos? Uf, que cantidad de preguntas!! Pero se me multiplicaron cuando lo escuché a Ken Robinson,  un educador y escritor inglés, experto en asuntos de la creatividad, la calidad de la enseñanza, la innovación y los recursos humanos. Este hombre fue profesor de educación artística y portavoz del departamento de educación artística en la Universidad de Warwick. Robinson presidió además el comité consultivo nacional, en Inglaterra, sobre educación creativa y cultura, que realizó la mayor investigación de ese país sobre la importancia de la creatividad en la educación y la economía. Vean y escuchen esta reflexión de Robinson. Me pareció muy interesante.

Salú!!


Nota: Gracias a Susana por mandarme este link. Si Ud. no puede ver el pequeño video, o quiere descargarlo, búsquelo en You Tube aquí.