jueves, 25 de abril de 2013

La parca en la milonga

La eternidad dura su abrazo.
 
En un rincón oscuro, la muerte observa,
Sola, desahuciada.
Cada sacada, cada giro, cada corrida,
es un trago amargo de su champán caliente.


 Salú !!
J.Q.

lunes, 22 de abril de 2013

La ceremonia del 2X4



Los primeros tonos anticipan el pulso,
el ritmo vibrante de lo que está por venir…

Tarda en tomar vuelo…
los violines lo retienen,
el contrabajo lo acelera,
el bandoneón lo define.

Todavía no la abrazo y ya siento despuntar el alba del compás.

Estamos ahí, uno frente al otro,
apreciando el desafío de esos primeros momentos.
Nos vamos acercando, lentamente,
como una ceremonia íntima.

Cual chelista a punto de tomar su instrumento,
muy suavemente,
la voy abrazando,
y comienza esa sinfonía de sensaciones:
su espalda, mi mano,
sus pechos, mi pecho,
su cabeza en mi costado,
su mano buscando mi otro hombro,
las manos que se atan.
Siento en su respiración la caída de sus párpados,
los cuerpos se pegan, se combinan las respiraciones,
los envuelve una atmósfera única,
esencial,
se suspende el tiempo,
comienza el tango.

Salú!!!
J.Q. 

jueves, 18 de abril de 2013

"Infancia clandestina” o la ceguera montonera



La construcción de la memoria social de pasados traumáticos tiene sus etapas. No todo puede ponerse sobre la mesa de los recuerdos en forma inmediata y, si se lo hace, esas anticipaciones quedan marginadas hasta que la sociedad esté en condiciones de admitir esos “nuevos” elementos.
Argentina es una de prueba de ello –aunque con una velocidad insólita- a muy poco de sucedido el último de sus genocidios, provocó persistentemente la discusión sobre su pasado traumático, incorporando los elementos que en cada etapa podía asimilar, en un proceso de construcción de la memoria de la mano con los reclamos de justicia. Así, hemos pasado de la época de “los dos demonios” que tuvo su expresión cinematográfica con La historia oficial, a la crisis de todos esos relatos “oficiales” sobre los 60’s y 70’s como efecto de la crisis de 2001.

Vivimos hoy una Argentina en donde, lento pero seguro, el Estado avanza en resolver una gran deuda con su sociedad: la sanción a los genocidas. Procesos judiciales de
los cuales nos sentimos orgullosos y nos coloca en una situación distinta para mirar el pasado hacia un nuevo equilibrio con él. Equilibrio, reitero, siempre provisorio. Ahora, con ese camino transitado, podemos avanzar y decir que todo lo relativo al genocidio dictatorial no puede llevar a ocultar, negar y menos aún reivindicar ciertas lógicas revolucionarias que tienen claramente un “adn” de criminalidad. Y menos aún justificar uno con el otro. La película de Benjamín Ávila, Infancia Clandestina, nos coloca en ese desafío del nuevo punto.

Este film, su sola existencia, y el hecho de que haya sido elegida por Argentina para competir por el Oscar –lo cual le da un barniz de gran representatividad a su relato- habla de una etapa distinta en la construcción de la memoria. ¿Cuál es la particularidad de este relato?
Se trata de una mirada que hecha luz sobre algo de lo que ya se había señalado hace tiempo pero que, reitero, no era momento como para ponerlo tan ampliamente en debate. La cuestión viene de lejos, la había puesto en evidencia Arturo Jauretche en sus diferencias con J.W.Cooke y con Montoneros; luego Rodolfo Walsh en sus críticas a la conducción montonera (en los comienzos de la dictadura); y, en tiempos de democracia Miguel Bonasso con su impecable “Recuerdos de la muerte”, Jorge Lanata con su “Morir de amor” o Daniel Muchnik en “La negación de la realidad” (por citar sólo algunos textos). Se trata de la ceguera revolucionaria y del militarismo de los años ’60 y ’70, en este caso, de Montoneros.

El tema está en la película desde el comienzo, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor grado de explicitación. Es el hilo conductor. Desde que ese niño es obligado a vivir con otra identidad, en los momentos en que él mismo -acosado por esa lógica- decide terminar con ella quemando los papeles “revolucionarios” de sus padres, en fin, en todo momento el relato nos lleva por las distintas formas que adopta el problema. Pero hay dos diálogos que parecen sintetizar este drama. El que sostiene el personaje de Natalia Oreiro con su madre (la impecable Cristina Benegas). Claramente se enfrentan allí la ceguera del montonerismo con la realidad que los interpela en la voz de la Benegas con una simple pero lapidaria pregunta: “No entiendo porque volvieron en este momento, justamente, al país… ¿Pero Uds saben lo que está pasando?!! cómo estamos?!!! Tienen que irse!!!” Si, es la expresión de alguien con miedo, pero ese temor tiene sus razones y, a esta altura del partido huelga hablar de ellas. Hay suficientes pruebas de que aquella mujer tenía razón.
El otro diálogo revelador al respecto es el que sostiene el padre del protagonista (oficial montonero) con el tío Beto. Allí se expone una lógica propia del dogmatismo y la ceguera, donde no hay lugar para la alegría, para la vitalidad de la sonrisa e inclusive el amor adolescente de su hijo. La vida, esa que le impone a su hijo, junto con otra identidad, no tiene lugar para esas cosas porque la vida es lucha y, en definitiva, guerra. Es la lógica del iluminismo revolucionario, la misma que señalaba Jauretche en sus diferencias con la organización y –mucho antes- con Cooke. La respuesta del tío Beto es visceral, no puede entender que se pueda escindir tanto la vida y no acepta que por “bailar”, por festejar el cumpleaños de su sobrino (cumpleaños inventado, claro) se lo tilde de tibio o “burgués”.
La película está llena de detalles, imágenes y situaciones al respecto. Otra, por ejemplo, cuando se reúnen en la casa del protagonista que obliga a sus compañeros a  “cuadrarse militarmente”. Nada de esto se había contado en el cine argentino que revisa el pasado doloroso de mediados de los setenta. Así como “La historia oficial” en su momento, “Infancia clandestina” marca otra etapa en la construcción de la memoria, un punto de inflexión con nuevos matices que ya no pueden dejar de ocultarse. Más aún, ahora son explícitos y de difusión masiva. Benjamín Ávila tiene, en ese sentido, la valentía de mostrar esos elementos con la calidad de un gran artista y –sobre todo- sin perder el contexto: el tema de la beba, hacia el final, es el brutal testigo contextual del genocidio.
Una película para ver, sentir y pensar.
Salú!!
J.Q.

lunes, 15 de abril de 2013

Inés y el tango



He disfrutado de las milongas en España y, como en tantos otros lugares, me pregunté por el momento, la forma, en que el tango desembarcó en ese hermoso país. Pensaba en esto estando allí, precisamente en Salamanca luego de una mágica milonga en La Rayuela (sobre la Rúa Mayor).
Vino entonces a mi memoria lo que había leído semanas atrás en una novela de Almudena Grandes, Inés y la alegría. Quizá sirva, como toda novela histórica, como herramienta para imaginarse la forma del desembarco de esta danza en esa España “de olor a incienso, de cal y caña”.
La historia que narra Grandes es la de una mujer de familia que, por sus costumbres, se adivina conservadora y muy católica, y que atraviesa la Guerra Civil y su exilio en Francia. En los comienzos de la novela, 1933, Inés –la protagonista- relata lo siguiente:

Mi prima volvió a Madrid acompañando a un pianista uruguayo, de piel muy blanca y pelo muy negro, largo como el de los trovadores medievales, a quien presentó como su prometido. En aquel calificativo se agotó su cautela. Enseguida se corrió la voz de que él nunca la llamaba María, sino Florencia, porque ella había decidido renunciar a su primer nombre y usar solamente el segundo, pero ésa, con ser llamativa, no fue la única novedad. La hija pródiga de mi tía Maruja, que era tan alta, tan ancha de hombros como yo, llevaba vestidos de satén y de raso, tejidos livianos, brillantes, que le sentaban estupendamente, aunque, o quizás porque, se le pegaban a las caderas cuando andaba y dejaba ver sus piernas, la falda justo por debajo de la rodilla. Había quien juraba que la había visto con pantalones, y todos pudimos ver que llevaba el pelo mas corto que su novio, la nuca al aire, que se pintaba los ojos con un lápiz negro y cremoso, como los que usaban las mujeres árabes, que fumaba con boquilla y hasta que se tragaba el humo. Sin embargo, este completo catálogo de horrores no encajaba en absoluto con la imagen de la desgraciada tirada en el arroyo que las autoridades de mi familia le habían asignado tantas veces. Mi prima estaba guapísima, bien alimentada, bien vestida, y cargada de sortijas en todos los dedos, aunque ninguna relucía tanto como sus ojos de persona feliz, de esas que no necesitan la aprobación de nadie para disfrutar de su suerte.
El novio de Florencia, Osvaldo, había venido a Madrid para dar un concierto en el Teatro Real […] al primero no pude asistir porque todavía tenía dieciséis años y mi madre era muy conservadora al respecto, pero escuché la crónica de Carmencita, que ya frecuentaba los bailes del Ritz y hallaba un oscuro placer en repasar en público el escándalo que Florencia había formado al bailar un tango con el uruguayo.
Pegados, pegados, pero pegados como lapas - y juntaba las palmas de las manos como para dar más énfasis a su descripción-, acoplados como animales, de verdad, ¡que vergüenza! La gente les hacía corro, claro, porque ella.. ¡venga a meter la pierna entre las piernas de él! Y él… ¡Venga a tirarla al suelo para levantarla después! Yo ya no sabía donde meterme, en serio[…] no creo que ninguna mujer decente tenga que despatarrarse de esa manera para bailar ninguna pieza.

La novela histórica es una forma muy particular de entrar en el pasado. No vamos a discutir, como si fuéramos historiadores académicos que cuidan su parcela, si vale o no vale, si sirve o no para pensar el pasado. Mas allá de esas discusiones la novela histórica crea –se quiera o no- imágenes del pasado porque tiene la potencia del drama y parte de las tensiones de la vida cotidiana. El relato de Inés me parece verosímil en los tiempos previos a la Guerra Civil, donde el conservadorismo español estaba tan erizado con todo lo que significase desafío a lo “decente” descartando por ello el “buen vivir”. Puede que haya sido algo así y sino, a mi me gustó la idea de sugerir e imaginarme aquel desembarco de esta manera.
Salúd!!!
J.Q.