martes, 29 de julio de 2014

A estas horas aquí

Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,
dejar mi cuarto encerrado
y bajar a bailar entre borrachos.

Uno es un tonto en una cama acostado,
sin mujer, aburrido, pensando,
sólo pensando.
No tengo "hambre de amor", pero no quiero
pasar todas las noches embrocado
mirándome los brazos,
o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro.

Leer, o recordar,
o sentirme tufos de literato,
o esperar algo.

Habría que bajar a una calle desierta
y con las manos en la bolsas, despacio,
caminar con mis pies e irles diciendo:
uno, dos, tres, cuatro...
Este cielo de México es oscuro,
lleno de gatos,
con estrellas miedosas
y con el aire apretado.
(Anoche, sin embargo, había llovido
y era fresco, amoroso, delgado).
Hoy habría que pasármela llorando
en una acera húmeda, al pie de un árbol,
o esperar un tranvía escandaloso
para gritar con fuerzas, bien alto.
Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.
Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato
o le diría un cuento
que no dijera nada, pero que fuera largo.

Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero
seguir todas las noches vigilando
cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras
o que de veras esté fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo
de mi casa un rato.


La jaula que me cuente sus amores con el canario.
La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos,
y la dulce luna de mi armario,
que me digan algo,
que me hablen en metáforas, como dicen que hablan:
este vino es amargo,
bajo la lengua tengo un escarabajo.

¡Qué bueno que se quedara mi cuarto
toda la noche solo,
hecho un tonto, mirando!


De: Otro recuento de poemas (1950-91)

sábado, 26 de julio de 2014

Mujer que duerme


Un cuento de José María Mendes

Ya hacía un rato que la mujer dormía profundamente. Cuando comencé a observarla su posición era un tanto desprolija, rebelde, como si se hubiese desplomado en la cama, desafiando las posturas ordenadas y distinguidas que ella seguramente debe seguir en la vigilia.
Vestía una remera blanca, de cuello redondo y de mangas cortas que, por el propio movimiento de su cuerpo, se había levantado hasta dejar descubierta parte de su espalda. Su ropa interior, de color negro, intentaba inútilmente ceñir unas caderas poderosas, algo más grandes que lo canónico y sumamente estimulantes.
Aún no podemos ver su rostro en parte hundido en su almohada y en parte cubierto por su cabello castaño y lacio, que, a tono con su posición corporal, está desordenado como desafiando el aliño que debe guardar durante el día.
Ahora, cambia de posición, y su rostro apunta hacia el techo de la habitación, su cara se descubre y vemos que es una mujer de unos 30 años, de piel bronceada, bella, no sabremos el color de sus ojos que permanecen cerrados, como debe ser, durante el sueño. Desde nuestro punto de vista apreciamos un escorzo que proyecta sus pies cuidados, más atrás sus muslos y luego, como unas colinas amables, sus pechos turgentes cubiertos por su remera que deja notar la relevancia de sus pezones.
Duerme profundamente, pero una parte de ella permanece lo suficientemente alerta a un posible llamado de alguno de sus hijos que, seguramente, duermen también en alguna habitación cercana.
A su lado, hay un varón con el que copula con cierta regularidad y que, seguramente, será el padre de los niños. Pero no nos ocuparemos de él, sino de ella.
Su sueño, podríamos decir, es casi su único acto “para sí”. Es casi su único tiempo propio. El resto de su tiempo, responde a las demandas de los pequeños, a las expectativas del varón (del que ya hablamos) o se lo vende a su jefe.
No nombramos el tiempo que comparte con su amante –porque es un tiempo extraño- que en buena parte transcurre entre el sueño y la vigilia, ente los secretos y las fantasías, entre la verdad y la mentira. Esa mentira que le permite conquistar algo más “para sí” - además del dormir siete horas cada noche-, un tiempo esporádico, errático, discontinuo, en el que da todo pero nadie le pide nada, un “algo” que hace sólo porque quiere.
La mujer pasa sus manos por sus costados: comenzado por sus caderas las lleva hasta su cintura, como si se diera a sí misma una caricia. Está soñando. A los efectos de este relato, nos ha sido dado conocer el contenido de sus sueños. Ella sueña que la tratan como una diosa, que la adoran, que le dan, que no le piden nada, sueña que no tiene obligación de despertarse, que no tiene obligación de nada.
El sueño de hoy es agradable. No siempre sueña eso,…a veces sueña todo lo contrario.
Ahora se acomoda nuevamente, cruza los brazos por debajo de sus pechos como abrazándolos, sosteniéndolos; se pone de costado y junta sus piernas un poco flexionadas. Si estuviera de pie se vería como juntando fuerzas para saltar. Una posición simétrica, la primera en toda la noche.
Vamos a tener que dejarla porque pronto llegará el momento de despertar y el de quitarse la ropa para ponerse otra, la que usa para ir a su trabajo. Y no queremos estar en el momento en que se desnude. Es algo muy de ella. Nosotros solo queríamos verla dormir.
Lo difícil es saber cuándo es el momento preciso del despertar, si el despertar es un acto o es un proceso; si sucede cuando abre los ojos por primera vez o si es una sucesión de momentos que la hacen dejar atrás el tiempo “para sí”, para adentro -el del sueño, el que le roba a la vida para ganar con su amante (esporádico, discontinuo, errático, imprevisto)- para introducirse en el tiempo para afuera, el tiempo para los demás. El que le vende a su jefe, el que entrega a su familia…
Pero hay un momento crucial en el proceso de despertar de la mujer. Es un instante en el que todo queda dentro del sueño y se abre la posibilidad de despertarse a una vida distinta,  en la que la tratan como una diosa, que la adoran, que le dan, que no le piden nada, en el que no tiene obligación de despertarse, que no tiene obligación de nada… Es un instante feliz que si pudiera ser atravesado en un sentido contrario al de todos los días, se abriría otro mundo para ella.
Vamos a tener que dejarla porque pronto llegará ese instante en que puede decidirse una historia distinta de la misma mujer y no es nuestro deseo estar presentes cuando eso suceda. Es algo muy de ella. Nosotros solo queríamos verla dormir.

Cuento de José María Mendes.
El Bolsón, 2014.

A propósito de Gaza, por Eric Hobsbawm



El historiador marxista Eric Hobsbawn publicó este artículo sobre el conflicto entre Israel y Gaza en el año 2009.
A 5 años de su publicación y a dos años de la muerte de su autor, las palabras del británico de origen judío siguen más vigentes que nunca ante la nueva ofensiva israelí, que ha dejado ya ás de 800 muertos y 5.000 heridos.

“Durante tres semanas la barbarie ha sido mostrada ante un público universal, que ha observado, juzgado y, con pocas excepciones, rechazado el uso del terror militar por parte Israel contra un millón y medio de habitantes bloqueados desde 2006 en la Franja de Gaza. Nunca antes las justificaciones oficiales de la invasión han quedado tan claramente refutadas como ahora, con la combinación de cámaras y aritmética; ni el lenguaje de las “objetivos militares” con las imágenes ensangrentadas de niños y la quema de escuelas. Trece muertos de un lado, 1.360 de otro: no es difícil establecer dónde está la víctima. No hay mucho más que decir acerca de la terrible operación de Israel en Gaza.



Excepto para aquellos de nosotros que somos judíos. En una larga e insegura historia como pueblo en la diáspora, nuestra reacción natural a los actos públicos ha incluido inevitablemente la pregunta: “¿Es bueno o malo para los judíos?” En este caso, la respuesta es inequívoca: “Malo para los judíos”.



Es claramente malo para los cinco millones y medio de judíos que viven en Israel y los territorios ocupados desde 1967, cuya seguridad se ve amenazada por las acciones militares israelíes que sus gobiernos adopten en Gaza y en Líbano, acciones que demuestran su incapacidad para lograr sus objetivos declarados y que perpetuan e intensifican el aislamiento de Israel en un Oriente Medio hostil. Desde el genocidio o la expulsión masiva de palestinos de lo que queda de su tierra natal no ha habido otro programa práctico que la destrucción del Estado de Israel, y sólo una coexistencia negociada en igualdad de condiciones entre los dos grupos puede proporcionar un futuro estable. Cada nueva aventura militar, como las de Gaza y el Líbano, hará que esa solución más difícil y fortalecerá al ala derecha israelí y a los colonos de Cisjordania, que encabezan el rechazo a la solución negociada.



Al igual que la guerra del Líbano en 2006, Gaza ha oscurecido las perspectivas de futuro para Israel. También ha oscurecido las perspectivas de los nueve millones de judíos que viven en la diáspora. Permítanme que no me ande con rodeos: la crítica de Israel no implica antisemitismo, pero las acciones del gobierno de Israel causan vergüenza entre los judíos y, sobre todo, dan pie al acutal antisemitismo. Desde 1945, los judíos, dentro y fuera de Israel, se han beneficiado enormemente de la mala conciencia de un mundo occidental, que se había negado a la inmigración judía en la década de 1930, unos años antes de que se permitiera o no se opusiera al genocidio. ¿Cuánta de esa mala conciencia, que prácticamente eliminó el antisemitismo en Occidente durante sesenta años y produjo una época dorada para su diáspora, queda en la izquierda hoy?



La acción de Israel en Gaza no es la de un pueblo que es una víctima de la historia, ni siquiera es el “pequeño valiente” Israel de la mitología de 1948-67, con un David derrotando a todos los Goliaths de su entorno. Israel está perdiendo la buena voluntad tan rápidamente como los EE.UU. de George W. Bush, y por razones similares: la ceguera nacionalista y la megalomanía del poder militar. Lo que es bueno para Israel y lo que es bueno para los judíos como pueblo son cosas que están evidentemente vinculadas, pero mientras no haya una respuesta a la cuestión de Palestina no son y no pueden ser idénticas. Y es esencial para judíos que se diga.”

Eric Hobsbwan

Reproducido por El Ciudadano, http://www.elciudadano.cl
Agradecido a Eva Ortiz Mainar por hacérmelo llegar.