viernes, 5 de diciembre de 2014

México y la subversión necesaria



México, un país ENORME en su geografía como en su espíritu, en su cultura como en su historia, vive una tragedia que –al decir de Bartra- huele a “antigua podredumbre”.
Los hechos de Ayotzinapa son la última muestra de incapacidad de una clase política que, con un desembozado desprecio por la sociedad que dice representar, ha hecho posible el bienvenido malestar (aunque no hartazgo) de la sociedad mexica. Si “fue el Estado” o no, es algo que demostrarán los procesos de justicia que –a su tiempo- llegarán si los sectores políticamente dinámicos no se detienen, lo que no cabe duda es que hoy el Estado mexicano es una estructura colonizada por mafias de todo tipo: financieras, de la clase política, mafias policiales, sindicales y –la más cruel de todas y tan internacionalizada como la primera- el narco. Pero a la vez, he ahí el gran problema, si el Estado es la clave del drama lo es también de la recuperación. El Estado debe volver a manos de representantes genuinos en la forma que sea, tal como se hizo ante el Porfiriato. Ésa es la urgencia y la demanda. Lorenzo Meyer supo hablar de las reiteradas muertes de la revolución mexicana, luego del Cardenismo. Pues bien, será tiempo de recuperarla, de reinventarla, resignificar su espíritu para reapropiarse de un Estado que sólo sirve a mafias, es el símbolo de lo ilegítimo y el principal responsable de lo que, al día de hoy, es ya un genocidio hormiga.

La trampa de Ayotzinapa y la desaparición reiterada
Tapete de muertos en las calles de Oaxaca
En un reciente discurso oficial, el representante de este Estado decadente señaló que “México debe cambiar después de Iguala”, y que “todos somos Ayotzinapa”. La subestimación presidencial a la sociedad mexicana ya no sorprende, pero lo cierto es que el tratamiento al último episodio de Guerrero –por la prensa hegemónica como por la mayoría de los discursos progresistas- no ha sido diferente en cuanto a la ceguera que demuestran respecto a la historia reciente de México. Porque no es que desaparecieron 43 estudiantes en una sociedad en la que no ocurrían cosas por el estilo. Asomar el hocico a esa historia reciente es inhalar  sólo un poco de esta antigua podredumbre: en lo que va de los últimos 8 años se han descubierto 400 fosas comunes. Solo mirando el año 2013 (hasta enero de este año) se puede establecer un tenebroso ranking: en primer lugar el estado de Tamaulipas, con 52 fosas (265 cuerpos); le sigue Jalisco donde se descubrieron 35 fosas (67 cadáveres, todos en un solo pueblo, La barca); en tercer lugar Veracruz (en el pueblo de San Julián) 14 fosas, 65 cuerpos (México es una tumba clandestina). Contando sólo estos tres casos en el último año suman 397 cuerpos y, salvo específicas organizaciones sociales, no hubo marchas ni escándalo mediático. ¿Tanto se ha naturalizado la violencia que ello  no es novedad? Advierto algo peor, estos cuerpos están desapareciendo nuevamente. ¿Quienes son los que están en esas 400 fosas? ¿Quienes los que están en las fosas que se encuentran pero que no contienen los cuerpos de “los 43”? Los nadie. Cada vez que leo un texto sobre Ayotzinapa le pregunto sobre esos 367 cuerpos (por no contar a los desaparecidos del sexenio anterior) y –salvo excepciones- no encuentro una palabra. Como en el discurso presidencial, desaparecen, desaparecen nuevamente. ¿Porqué? ¿Que sucede? Mas allá de la colonización del Estado por las mafias, ¿que sucede con la sociedad? Porque, como dijera Kurt Tucholsky, un país no se destaca únicamente por lo que hace, sino también por lo que es capaz de tolerar.
Viene a la memoria Primo Levi y aquella pesadilla reiterada cuando estaba en Auschwitz. Soñaba que salía del campo de concentración, vestido con sus ropas de preso, llegaba a su casa y hablaba con familiares y amigos y les contaba lo que estaba sucediendo. Ellos lo miraban y no decían nada, lo miraban sin malignidad ni reproches, sin negar nada... solo lo miraban; a pesar de su desesperación seguían con sus quehaceres... o hablaban de cosas cotidianas. Lo que él reflexionó sobre esas pesadillas, al recuperar su libertad, es que era un mecanismo de autodefensa ante lo que provocaba mucho miedo, porque nadie quiere enterarse de cosas que lo harían repensar radicalmente su forma de vida..., su “normalidad”. Puede que algo de eso esté sucediendo, que el miedo haya estado haciendo de las suyas y una sociedad con miedo es un colectivo que inhibe sus potencialidades, que no atina a desplegarse, que baja la vista y que –por tanto- se hace maleable. El miedo se contagia, como un virus, y nos aísla, nos enseña a desconfiar… el miedo es la herramienta por excelencia de las dirigencias políticas para justificarse, para perpetuarse.
Pero sucede que la esperanza también es contagiosa y lo mas dinámico de la sociedad mexicana lo está experimentando en sus movilizaciones. Entonces, al miedo, las calendas…, al miedo el baile burlón de las catrinas…, al miedo los colores de las ropas istmeñas, costeras, serranas y una chilena bien bailada… al miedo un tamal de vida, una tlayuda de abrazos… al miedo la subversión de la alegría, porque otro México es posible: Su pudo y se podrá.



Aprender a ser libre es aprender a sonreír.
Octavio Paz


Fotos de J.Q.