jueves, 15 de diciembre de 2011

El Instituto Dorrego y la historia que nos debemos: ¿son lo mismo?

El gobierno argentino ha creado un Instituto Histórico Manuel Dorrego, de carácter revisionista, que será conducido por el médico y psiquiatra Pacho O’Donnell. El hecho suscitó una interesante discusión entre historiadores de las universidades –o de la academia como se dice habitualmente-, no académicos, periodistas y militantes. Como todas, es una discusión muy saludable que ha puesto en evidencia cuestiones más que interesantes.
Pacho O'Donnel
En primer lugar, en estas discusiones se reveló la enorme ignorancia respecto de lo que producen los historiadores académicos. He escuchado decir a Pacho O’Donnell, por ejemplo, en el programa de Hugo Quiroga –El Refugio de la Cultura- , que este Instituto incorporará a sujetos que la historia ha olvidado, por ejemplo las mujeres o los pueblos originarios. Bien, además de la gran cantidad de congresos y jornadas de investigación sobre temas específicos que anualmente se realizan en las universidades, cada dos años se llevan a cabo las jornadas interescuelas de historia en distintos lugares del país. Ahí se presentan miles, creo que ya son cerca de cuatro mil ponencias en cada reunión, donde los temas son variadísimos, las perspectivas ideológicas múltiples y los sujetos que están siendo historizados en estos espacios son diversos: las mujeres, los niños, las niñas, la infancia, los pueblos originarios, la adolescencia, los trabajadores, las trabajadoras, en fin, ocuparía mucho espacio dar cuenta de esa enorme diversidad. Pero además, en estos espacios se han abierto historizaciones nuevas, por ejemplo la historia del medio ambiente o de la homosexualidad (por citar solo algunas). Mi apreciación, tomando como ejemplo lo de Pacho O’Donnell, viene a cuenta de lo que deja ver esta discusión: la gran ignorancia a cerca de lo que se produce en el ámbito académico. Esta ignorancia, debo decir además, ha llevado a muchos periodistas y militantes, sobre todo a cierta militancia K (no toda, por cierto) a castigar a la academia con criterios muy difíciles de contrastar con la realidad. Solo se puede identificar la producción histórica de “la academia” con una historia mitrista u “oficial” si se parte de una enorme ignorancia sobre la producción historiográfica actual. Quien vea en esta apreciación una defensa corporativa está viendo intencionalmente torcido o no quiere ver su propio desconocimiento. Porque, como se verá, la intención de estas reflexiones están bien lejos de una defensa corporativa. Todos sabemos que la producción de las universidades y del sistema nacional de investigación, en todos los ordenes, tiene enormes problemas. Pero hay que apuntar bien para acertar con la crítica.


Lo segundo que habría que decir, es que la discusión abierta ha puesto en evidencia una de las tantas falencias que tiene la producción historiográfica académica (sí, una falencia mas). Me estoy refiriendo a la incapacidad que tienen los historiadores de la academia (salvo honrosas excepciones) para difundir, para socializar en lenguaje amplio lo que se produce. Aquí habría que precisar algunos detalles porque no es cuestión, nuevamente, de hablar con tanta liviandad. Si bien esta falencia es destacable no todo es socializable inmediatamente. Primero, las síntesis historiográficas llevan su tiempo para que las argumentaciones sean debatidas, corregidas, contrastadas, etc; y, por otro lado, hay tanta producción que no siempre hay quien sea capaz (y esté dispuesto) a realizar esa síntesis de divulgación. Pensemos que los sistemas de investigación, las universidades, CONICET, la Agencia, etc., no premian la difusión sino la investigación y esto es un problema serio del sistema de investigación argentino. En segundo lugar, hay que señalar, sobre todo para quienes desconocen como funcionan estos espacios, que en toda organización científica hay una investigación de base y otra de aplicación. En esta materia me arriesgo a decir que la amplia, rica y diversa producción histórica de las universidades y agencias de investigación está en el primer orden. Es una especie de investigación de base que está esperando la posibilidad de aplicación, que sería la síntesis histórica que los buenos divulgadores deben realizar. Normalmente, quienes hacen una no se sienten seducidos por hacer la otra, y como la historia es una disciplina que no requiere carné para ejercerla, este tipo de cuestiones suele soslayarse, pasarse por alto. Pero resulta que no se trata de “soplar y hacer botellas”. Sintetizando, diría que  ignorancia por un lado e incapacidad de difusión por otro, han hecho aquí una combinación explosiva.


Entre Hobsbawm y Jauretche

Don Arturo Jauretche
Por otro lado, este debate pone también de manifiesto algo fundamental que los historiadores de la universidad y del sistema académico quizá deberían tener mas presente. Es el gran tema que los revisionistas pusieron en el tapete en el s.XX: el uso político del pasado. La política es la disputa por el presente y la historia -la interpretación del pasado- está asociada a la política. Quieran o no los historiadores –profesionales y de los otros- la historia es utilizada por la política para dar forma al presente. Hay una permanente manipulación del pasado para dar forma al presente, para justificar acciones, una organización del poder, etc. La clase política argentina ha hecho verdaderos desastres en ese sentido. Pues bien, los historiadores académicos harían un importante favor a la política si salen un poco de su encierro –como lo han hecho en estos últimos días- y comienzan a señalar las barbaridades o no que existen en los discursos políticos. Indisciplinarse dentro de la disciplina podría ser lo que la hora nos exige. Pero esta falencia de los historiadores académicos no es el único problema que está en torno al uso político de la historia.

Eric Hobsbawm
Todos los genocidios del s.XX tuvieron como respaldo un uso político del pasado, una organización del pasado que justificó el asesinato en masa. Ese uso político del pasado forma parte de la construcción de enemigos que con el tiempo termina en violencias masivas. Es un uso político del pasado que tiende a fortalecer el nosotros contra ellos. Así fue en Armenia, en Ruanda, en Alemania, en la ex URSS, en Camboya, en Bosnia, en la actual Israel y también en nuestro país. El genocidio argentino hunde sus raíces en la persistencia de una cultura política de creación de enemigos en forma polarizada, en donde tiende a suponerse que la no existencia de alguna de las partes mejoraría la situación. La “Sociedad Rural” para algunos, los “cabecitas negras” para otros. En algún momento del siglo XX argentino, sino en la mayoría de su derrotero, la interpretación de la historia con fines políticos, la disputa por el sentido del pasado en el presente, vino a fortalecer esa polarización y negación del otro. En este sentido, el debate abierto pone también en evidencia la persistencia, en una actitud historigráfica, de esa cultura del genocidio y la incapacidad para controlar sus bacilos. Se dirá que estoy exagerando, que estos debates historiográficos no tienen nada que ver con el genocidio. Sostengo que no es así, que hay cierta distancia subjetiva con el terror que nos juega una mala pasada y nos hace creer que ya estamos muy lejos de aquellos extremos tan violentos. De manera que nuestra experiencia de violencia nos debería dar cierto entrenamiento para  descubrir “al monstruo de pequeño” y poder controlarlo. Pero reaccionar con eficacia ante él no es sencillo. Para decirlo en forma sintética, es necesario realizar el esfuerzo conectivo entre la historia y la política, en eso debemos insistir, es cierto; pero -como ha dicho Hobsbawm- es esencial que los historiadores recuerden esto: Las cosechas de nuestros campos pueden acabar convertidas en alguna versión del opio de los pueblos. Y eso lo sabemos por experiencia propia y ajena.

Finalmente, estamos en un momento crucial en la vida de la Nación. Comenzamos el s.XXI con un mundo capitalista en profunda crisis y transformación. Miramos hacia atrás y vemos una Argentina que vivió una larga decadencia y comienza a transitar caminos diferentes. Nos encontramos entonces frente a un viejo problema que Octavio Paz supo señalar, sin ser historiador, con extrema sencillez: …la diversidad de pasados y de interlocutores provoca siempre dos tentaciones contrarias: la dispersión y la centralización [...] la dispersión culmina en la disipación; la centralización en la petrificación. Doble amenaza: volvernos aire, convertirnos en piedras. Bienvenido entonces todo lo que sea investigación histórica y divulgación. Pero  nuestro tiempo exige un nuevo equilibrio entre esas tendencias que señala Paz; el que hemos sostenido hasta ahora se agotó y el futuro es demasiado desafiante como para insistir con lo mismo.

Juan Quintar

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