Un cuento de José María Mendes
Ya hacía un rato que la mujer dormía profundamente. Cuando comencé a observarla su posición era un tanto desprolija, rebelde, como si se hubiese desplomado en la cama, desafiando las posturas ordenadas y distinguidas que ella seguramente debe seguir en la vigilia.
Vestía una remera blanca, de cuello redondo y de mangas cortas
que, por el propio movimiento de su cuerpo, se había levantado hasta dejar
descubierta parte de su espalda. Su ropa interior, de color negro, intentaba inútilmente
ceñir unas caderas poderosas, algo más grandes que lo canónico y sumamente
estimulantes.
Aún no podemos ver su rostro en parte hundido en su almohada y en
parte cubierto por su cabello castaño y lacio, que, a tono con su posición
corporal, está desordenado como desafiando el aliño que debe guardar durante el
día.
Ahora, cambia de posición, y su rostro apunta hacia el techo de la
habitación, su cara se descubre y vemos que es una mujer de unos 30 años, de
piel bronceada, bella, no sabremos el color de sus ojos que permanecen cerrados,
como debe ser, durante el sueño. Desde nuestro punto de vista apreciamos un
escorzo que proyecta sus pies cuidados, más atrás sus muslos y luego, como unas
colinas amables, sus pechos turgentes cubiertos por su remera que deja notar la
relevancia de sus pezones.
Duerme profundamente, pero una parte de ella permanece lo
suficientemente alerta a un posible llamado de alguno de sus hijos que,
seguramente, duermen también en alguna habitación cercana.
A su lado, hay un varón con el que copula con cierta regularidad y
que, seguramente, será el padre de los niños. Pero no nos ocuparemos de él,
sino de ella.
Su sueño, podríamos decir, es casi su único acto “para sí”. Es
casi su único tiempo propio. El resto de su tiempo, responde a las demandas de
los pequeños, a las expectativas del varón (del que ya hablamos) o se lo vende
a su jefe.
No nombramos el tiempo que comparte con su amante –porque es un
tiempo extraño- que en buena parte transcurre entre el sueño y la vigilia, ente
los secretos y las fantasías, entre la verdad y la mentira. Esa mentira que le
permite conquistar algo más “para sí” - además del dormir siete horas cada
noche-, un tiempo esporádico, errático, discontinuo, en el que da todo pero
nadie le pide nada, un “algo” que hace sólo porque quiere.
La mujer pasa sus manos por sus costados: comenzado por sus
caderas las lleva hasta su cintura, como si se diera a sí misma una caricia.
Está soñando. A los efectos de este relato, nos ha sido dado conocer el
contenido de sus sueños. Ella sueña que la tratan como una diosa, que la
adoran, que le dan, que no le piden nada, sueña que no tiene obligación de
despertarse, que no tiene obligación de nada.
El sueño de hoy es agradable. No siempre sueña eso,…a veces sueña
todo lo contrario.
Ahora se acomoda nuevamente, cruza los brazos por debajo de sus
pechos como abrazándolos, sosteniéndolos; se pone de costado y junta sus
piernas un poco flexionadas. Si estuviera de pie se vería como juntando fuerzas
para saltar. Una posición simétrica, la primera en toda la noche.
Vamos a tener que dejarla porque pronto llegará el momento de
despertar y el de quitarse la ropa para ponerse otra, la que usa para ir a su
trabajo. Y no queremos estar en el momento en que se desnude. Es algo muy de
ella. Nosotros solo queríamos verla dormir.
Lo difícil es saber cuándo es el momento preciso del despertar, si
el despertar es un acto o es un proceso; si sucede cuando abre los ojos por
primera vez o si es una sucesión de momentos que la hacen dejar atrás el tiempo
“para sí”, para adentro -el del sueño, el que le roba a la vida para ganar con
su amante (esporádico, discontinuo, errático, imprevisto)- para introducirse en
el tiempo para afuera, el tiempo para los demás. El que le vende a su jefe, el
que entrega a su familia…
Pero hay un momento crucial en el proceso de despertar de la
mujer. Es un instante en el que todo queda dentro del sueño y se abre la
posibilidad de despertarse a una vida distinta,
en la que la tratan como una diosa, que la adoran, que le dan, que no le
piden nada, en el que no tiene obligación de despertarse, que no tiene obligación
de nada… Es un instante feliz que si pudiera ser atravesado en un sentido contrario
al de todos los días, se abriría otro mundo para ella.
Vamos a tener que dejarla porque pronto llegará ese instante en que
puede decidirse una historia distinta de la misma mujer y no es nuestro deseo
estar presentes cuando eso suceda. Es algo muy de ella. Nosotros solo queríamos
verla dormir.
Cuento de José María Mendes.
El Bolsón, 2014.
Cuento de José María Mendes.
El Bolsón, 2014.
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