sábado, 26 de julio de 2014

Mujer que duerme


Un cuento de José María Mendes

Ya hacía un rato que la mujer dormía profundamente. Cuando comencé a observarla su posición era un tanto desprolija, rebelde, como si se hubiese desplomado en la cama, desafiando las posturas ordenadas y distinguidas que ella seguramente debe seguir en la vigilia.
Vestía una remera blanca, de cuello redondo y de mangas cortas que, por el propio movimiento de su cuerpo, se había levantado hasta dejar descubierta parte de su espalda. Su ropa interior, de color negro, intentaba inútilmente ceñir unas caderas poderosas, algo más grandes que lo canónico y sumamente estimulantes.
Aún no podemos ver su rostro en parte hundido en su almohada y en parte cubierto por su cabello castaño y lacio, que, a tono con su posición corporal, está desordenado como desafiando el aliño que debe guardar durante el día.
Ahora, cambia de posición, y su rostro apunta hacia el techo de la habitación, su cara se descubre y vemos que es una mujer de unos 30 años, de piel bronceada, bella, no sabremos el color de sus ojos que permanecen cerrados, como debe ser, durante el sueño. Desde nuestro punto de vista apreciamos un escorzo que proyecta sus pies cuidados, más atrás sus muslos y luego, como unas colinas amables, sus pechos turgentes cubiertos por su remera que deja notar la relevancia de sus pezones.
Duerme profundamente, pero una parte de ella permanece lo suficientemente alerta a un posible llamado de alguno de sus hijos que, seguramente, duermen también en alguna habitación cercana.
A su lado, hay un varón con el que copula con cierta regularidad y que, seguramente, será el padre de los niños. Pero no nos ocuparemos de él, sino de ella.
Su sueño, podríamos decir, es casi su único acto “para sí”. Es casi su único tiempo propio. El resto de su tiempo, responde a las demandas de los pequeños, a las expectativas del varón (del que ya hablamos) o se lo vende a su jefe.
No nombramos el tiempo que comparte con su amante –porque es un tiempo extraño- que en buena parte transcurre entre el sueño y la vigilia, ente los secretos y las fantasías, entre la verdad y la mentira. Esa mentira que le permite conquistar algo más “para sí” - además del dormir siete horas cada noche-, un tiempo esporádico, errático, discontinuo, en el que da todo pero nadie le pide nada, un “algo” que hace sólo porque quiere.
La mujer pasa sus manos por sus costados: comenzado por sus caderas las lleva hasta su cintura, como si se diera a sí misma una caricia. Está soñando. A los efectos de este relato, nos ha sido dado conocer el contenido de sus sueños. Ella sueña que la tratan como una diosa, que la adoran, que le dan, que no le piden nada, sueña que no tiene obligación de despertarse, que no tiene obligación de nada.
El sueño de hoy es agradable. No siempre sueña eso,…a veces sueña todo lo contrario.
Ahora se acomoda nuevamente, cruza los brazos por debajo de sus pechos como abrazándolos, sosteniéndolos; se pone de costado y junta sus piernas un poco flexionadas. Si estuviera de pie se vería como juntando fuerzas para saltar. Una posición simétrica, la primera en toda la noche.
Vamos a tener que dejarla porque pronto llegará el momento de despertar y el de quitarse la ropa para ponerse otra, la que usa para ir a su trabajo. Y no queremos estar en el momento en que se desnude. Es algo muy de ella. Nosotros solo queríamos verla dormir.
Lo difícil es saber cuándo es el momento preciso del despertar, si el despertar es un acto o es un proceso; si sucede cuando abre los ojos por primera vez o si es una sucesión de momentos que la hacen dejar atrás el tiempo “para sí”, para adentro -el del sueño, el que le roba a la vida para ganar con su amante (esporádico, discontinuo, errático, imprevisto)- para introducirse en el tiempo para afuera, el tiempo para los demás. El que le vende a su jefe, el que entrega a su familia…
Pero hay un momento crucial en el proceso de despertar de la mujer. Es un instante en el que todo queda dentro del sueño y se abre la posibilidad de despertarse a una vida distinta,  en la que la tratan como una diosa, que la adoran, que le dan, que no le piden nada, en el que no tiene obligación de despertarse, que no tiene obligación de nada… Es un instante feliz que si pudiera ser atravesado en un sentido contrario al de todos los días, se abriría otro mundo para ella.
Vamos a tener que dejarla porque pronto llegará ese instante en que puede decidirse una historia distinta de la misma mujer y no es nuestro deseo estar presentes cuando eso suceda. Es algo muy de ella. Nosotros solo queríamos verla dormir.

Cuento de José María Mendes.
El Bolsón, 2014.

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