La insurrección de los
soviets que se produjo la noche del 24 al 25 de octubre de 1917 sería un día
histórico, no sólo para Rusia. Fue la caída del último estado absolutista
europeo, en este caso del este europeo articulado históricamente con gran parte
de Asia. Y fue un día histórico para el mundo porque abrió el camino, dio los
primeros pasos, de uno de los íconos de la historia humana. ¿Porque decimos
semejante cosa?
Pues bien, las
sociedades humanas, desde la génesis de su historia, han luchado siempre en pos
de dos objetivos: la libertad, es decir, la eliminación de obstáculos para
actuar o pensar (de ahí la larga trayectoria del liberalismo); y la igualdad, o el derecho a participar
equitativamente de los bienes de la naturaleza y de los frutos de nuestro
trabajo. Pues bien, la Revolución Rusa (RR) traía por entonces esa esperanza que
tenía profundas raíces históricas: la esperanza respecto de la igualdad y
libertad. Ambas. Por eso no es una exageración decir que rápidamente se
convirtió en el ícono, por no decir el estandarte, de la lucha por la igualdad
que de una manera u otra articuló lo que algunos llaman “la fe del siglo”. Entonces,
cabe preguntarse: ¿Cual es el lugar de la revolución rusa en la historia? O,
dicho de otra manera, ¿de que modo su presencia modeló -o no- el derrotero del
siglo XX?
Las luchas por la
igualdad y la libertad se enfrentaron siempre con los defensores del statu quo.
Pues bien, en el siglo XX no pudieron más que escandalizarse con la RR. Desde entonces los ha desvelado ese fantasma. En ese sentido, la RR
puede ser comparada, por su alcance, a la Revolución Francesa ya que
ciertamente tuvo un impacto universal, ecuménico y, como tal, marcó el fin de
una época y el comienzo de otra. Las masas, el pueblo, los desterrados, enbanderados
con esa esperanza, daban inicio a una nueva época: el siglo XX.
No era el único episodio
de estas características que señalaban el inicio de una nueva era: la
Revolución mexicana (1910) está en esa línea. Las dos son revoluciones de la
periferia del mundo desarrollado, la Rusa es una conmoción en el mas importante
imperio de la periferia y de allí su alcance universal.
También hay otros
episodios que señalan un cambio de época, justamente por aquellos años, el
genocidio armenio, por ejemplo, que abre una seguidilla que caracterizará a
todo el siglo XX y que justamente la RR no se abstendrá de participar; o la 1ra
guerra mundial, donde queda claro ya que no es posible iniciar una guerra
sin industria y, en segundo lugar, la guerra es un gran negocio.
Pero volviendo a la RR
¿Porqué señala un cambio de época?
Por varias razones. En 1er
lugar, venía a decir que lo que habían escrito utopistas y el propio Marx y
Engels, en 1848, no era un exceso de lenguaje o de esperanza juvenil y, por
tanto, por primera vez las sociedades tenían otra posibilidad frente al
capitalismo.
En 2do lugar, el
episodio se interpretó, inmediatamente -desde el occidente capitalista- como
una amenaza que debía ser eliminada, de allí que en la guerra civil que siguió
a la toma del poder por los bolcheviques, es decir la guerra entre el Ejército
Rojo y los blancos, que se llevó la vida de poco mas de 8 millones de personas,
los blancos tuvieron el apoyo antirrevolucionario de 13 países capitalistas.
Pero una vez terminada esa guerra interna, la lucha de esos países capitalistas
fue contra las influencias de esa RR. Fue el combate persistente, y durante
todo el siglo, contra un enemigo invisible y universal, un fantasma que se
escondía detrás de cada protesta, detrás de cada huelga, detrás de cada
proyecto de reforma. Pensemos, por ejemplo en nuestro país, en la Patagonia,
entre 1919 y 1921, el temor irracional que generaba la lucha por un simple convenio
colectivo de trabajo era porque la oligarquía terrateniente pensaba que detrás
de aquellos andrajosos obreros había algo parecido a los soviets. Pensemos en
Sacco y Vanzzetti y el origen del FBI, por ejemplo. O el caso de la 2da República
Española (1931), donde un proyecto moderadamente reformista, en un contexto
europeo de ascenso de los fascismos, las potencias occidentales condenaron ese
ensayo por el “peligro comunista” que “supuestamente” encarnaba, prefiriendo al
fascismo ultracatólico del franquismo.
Lo que hay que decir es
que ciertamente era un temor real, la posibilidad de la expansión del
socialismo estaba en la dinámica social de los tiempos. Porque había un importante
crecimiento de diversas fuerzas que pujaban hacia el sentido de profundizar la
igualdad, hacia el socialismo, aunque no todos de la misma manera: una
expresión de ello era justamente la 2da república española, en 1931, aunque
ciertamente muy moderada. Por lo que aquí interesa, en ese amplio universo
socialista que estaba creciendo, la RR parecía concentrar las esperanzas a
pesar de que ya estaba acentuando sus rasgos mas perversos. La esperanza en el
programa socialista de la RR fue tan grande que no dejaba ver, y eso sucedió por décadas, esa enorme perversidad.
Digámoslo directamente y
de una vez: toda revolución tiene su momento de fuerte autoritarismo, su tiempo de
imposición del régimen, su tiempo de terminar de derrotar a los
contrarrevolucionarios. Hasta allí podría pensarse, inclusive justificarse, el
llamado “terror rojo” de los primeros tiempos que comienza con el decreto del 5
de setiembre de 1918. Pero, lo sabemos, la cosa no quedó allí. Una serie de
factores condujeron a que esa violencia fuera inherente al sistema y no solo
una coyuntura de la construcción. Sin agotarlos, esos factores son los
siguientes:
1ro- El “gran miedo” que
en forma creciente se instalaba en los gobiernos de las potencias industriales
de occidente, también comenzó a operar -en forma inversa- al interior de la
revolución. Digámoslo de esta manera: ese “gran miedo”, dentro de la URSS, se
tradujo en un temor obsesivo a la invasión externa (lo que nunca fue posible,
ni figuró en los planes de nadie, excepto Hitler. Pero que inclusive en este
caso Stalin tardó un tiempo en creer, como ya sabemos por el testimonio de
Leopold Trepper). Ese “gran miedo” se tradujo también en el temor y el pánico a
una supuesta conspiración de dirigentes soviéticos disidentes, desconfianza
obsesiva propia de todos los procesos de concentración de poder: el temor a los
disidentes. En parte ese es el origen de las purgas entre 1936 y 1939, el
gulag, los campos de trabajos forzados, la NKVD, la persecusión universal al
trostkysmo y gran parte del servicio de espionaje. Abunda la literatura y los
ensayos sobre esta cuestión. Últimamente se ha vuelto sobre el tema con las
novelas de Padura; pero también con “Muñeca
Rusa”, de Alicia Dujovne; o los libros del húngaro Sandor Marai que están en la
línea de Milan Kundera.
2- No puede comprenderse
esa violencia sistémica de la RR sin considerar que se llevaba a cabo en un imperio
decadente como el de los zares, donde el centralismo, el autoritarismo, el
antisemitismo y, en definitiva, el orgullo imperial eran parte del aire que
esa sociedad respiraba. La Revolución en ningún momento vino a cuestionar ese
formato del aire, es decir, no renunció a ello. Visto con la mirada histórica,
aquellas primeras décadas pos revolución fueron el proceso de transición del
imperio ruso de su modalidad zarista a su modalidad soviética (como hoy estamos
viendo esa reestructuración imperial con Putín luego de la crisis del sistema
soviético con la Perestroika de Gorbachov). Esto explica no sólo la continuidad
de un sistema policíaco sino también la violencia ejercida hacia las naciones
que conformaron la URSS y que antes eran parte del imperio de los zares. Desde
allí puede pensarse el genocidio ucraniano, el holodomor, entre 1931 y 1932 (3,5
millones de personas), o las razones del porque, en Kazagistán, por ejemplo, la
colectivización forzada y la sedentarización brutal se llevó casi dos millones
de personas. Parte de este drama, escasamente conocido en occidente es lo que relatan las noovelas de Andrei Makine como "Requiem por el este" y otras.
3- Por otro lado, en
tercer lugar, esa violencia sistemática emerge también de la particular forma
en que fue interpretada la tradición marxista. Hubo allí, como en gran parte
del pensamiento político europeo de la época, una asociación lamentable y no
siempre explícita, con Charles Darwin.
Expongámoslo de esta manera: en 1859, muchos años después de pasar por
aquí y tomarse unos mates con Don Juan Manuel de Rosas, Darwin publicó su gran
obra “Origen y evolución de las especies”. El texto tuvo un enorme impacto en todo el ámbito del pensamiento científico y social europeo, por entonces en
plena expansión, donde las ciencias naturales se habían convertido en el patrón
metodológico para el conocimiento científico, pero también para la política,
que debía estar orientada por ese conocimiento. Por ejemplo, el pensamiento
social recibió esa influencia en Spencer desde donde, como en la naturaleza, la
sociedad era también el ámbito de la supervivencia del mas apto. Era
lamentable, pero era también la lógica del progreso, de la civilización: no
todos estaban en condiciones de subir al tren del progreso y la civilización.
Fue este un argumento “científico” que fortalecía el colonialismo europeo y
desde donde la desaparición de pueblos o personas que se resistían a esa
dinámica histórica era una fatalidad propia del desarrollo histórico hacia el
progreso, mas allá de cualquier emotividad era la lógica histórica que, por decirlo
de alguna manera, tenía sus “daños colaterales”. Desde la perspectiva de
quienes condujeron la RR, la dinámica histórica conducía hacia el socialismo y
luego al comunismo y, claro, así como un sistema quedaría atrás también las
clases sociales que lo conformaban, la burguesía o el campesinado. Es decir,
había clases que debían desaparecer -todas las variantes de la burguesía, por
ejemplo- para que las fuerzas positivas del socialismo puedan desplegarse.
Todos quienes sean definidos como un obstáculo para la evolución histórica,
están condenados a desaparecer, ahora ya no como seres inferiores, sino como
clases anti históricas. Y no sólo la burguesía, también el campesinado que era también
una clase atrasada. Se trata de millones de personas donde “ninguno era culpable
de nada, pero pertenecían a una clase que era culpable de todo”, es una frase
que cabe para la burguesía, para el campesinado como para las expresiones
nacionales que, aunque socialistas, como en Ucrania, debían ser sometidas.
Lo que estamos diciendo
es que, por distintos factores, a poco de andar, esa gran revolución comenzó a estar herida por
factores propios que durante el siglo la fueron socavando y que solo pudieron
ocultarse a fuerza de mayor autoritarismo y propaganda. A fuerza de totalitarismo.
Claro, la presencia de
un totalitarismo mas obscenamente irracional en occidente, como el fascismo,
cuando Hitler se dispone a invadir la URSS, supuso la utilización de ese gran
enemigo externo para ocultar esa perversión interna. La aparición del enemigo
externo explícito y no fantasmal -como el capitalismo a punto de invadir o de
la conspiración antisoviética interna con conexiones troskistas- produjo el
efecto de siempre. Pero no por ello desaparecieron esas piedras en los zapatos
de la revolución. La vida de Vassilli Grosman, en este sentido, es muy clara,
allí el antisemitismo de la RR se combinó con los trabajos forzados, la
persecución y el espionaje sobre quien había sido el reportero del Ejército
Rojo.
Esa violencia sistémica
de la RR, se expresó también en casi todos los ordenes de la producción de
conocimiento y en la producción de arte. El tema no es secundario, por el
contrario, hace foco en una cuestión central: el lugar del individuo y su
creatividad en los procesos sociales, productivos o no, pero siempre creativos.
La pregunta es: ¿hay posibilidad de construir y sostener la igualdad anulando la
libertad que supone la expansión de la subjetividad? O, de otra manera, es
todavía legítimo clausurar las libertades en pos de una supuesta igualdad? O,
¿es todavía posible o deseable apostar a un sistema que en pos de la igualdad
pretenda homogeneizar, o sujetar la subjetividad y la libertad a una
planificación estatal central? Y esto, claro, tiene un impacto enorme,
tremendo, en el sistema económico, ni hablar en la producción cultural. Es muy
interesante en este sentido revisar la vida de Shostakovich, relatada recientemente
en una novela (El ruido del tiempo de Julian Barnes).
Luego, como sabemos
ahora, ese “gran miedo” occidental al comunismo -durante la primera mitad del
siglo XX- se convirtió en política occidental luego de la segunda gran guerra.
Un miedo premeditadamente excesivo y manipulado a la dictadura comunista que,
como se verá con el correr del siglo, no era más que la excusa para consolidar
la economía del capital y cancelar todo intento de revolución o reforma. De
hecho, en nombre de ese “temor a la dictadura comunista”, se alentaron las mas
tremendas dictaduras y se iniciaron las guerras más atroces de la segunda mitad
del siglo. Es lo que Hobsbawm llama imperialismo de los DDH, es decir la idea
de un imperio que en nombre de la libertad y la democracia derroca gobiernos,
impone dictaduras o provoca guerras tuvo en la manipulación del “miedo al
comunismo” una herramienta fundamental.
Lo cierto es que esa
dictadura existía. Aunque Stalin muere casi 10 años después de terminada la 2da
gran guerra, en 1953, y aunque los dirigentes soviéticos no volvieron a
recurrir a un terror a una escala tan grande, su tolerancia a la disidencia no fue
muy diferente. Como lo argumenta Josep Fontana, consiguieron, a fuerza de totalitarismo, salvar al estado
soviético, pero a costa de profundizar la renuncia a una sociedad socialista,
es decir, la revolución que había surgido para eliminar la tiranía del estado
acabó construyendo un estado opresor, erigido, paradógicamente para salvar a la
revolución.
Pese a todo, el temor a
ese contagio revolucionario, a partir de la revolución, alimentó la dinámica
social, inclusive en América Latina. No es nada difícil encontrar, por ejemplo,
un alto componente anticomunista en las experiencias nacional populares
latinoamericanas, fundamentalmente en el varguismo y en el peronismo de los '50.
Porque el miedo al contagio en el “mundo libre” no sólo alimentó a la represión
sino también potenció lo que Fontana llama el “reformismo del miedo”, que había
surgido en la Alemania de fines del siglo XIX: esto es, un capitalismo con
políticas de bienestar para consolidar un orden social que los trabajadores
amenazaban o podían amenazar. Esto, después de la 2da guerra, se generalizó con
los estados de bienestar. La etapa dorada del capitalismo no se entiende
completamente sin ese “gran miedo”. Ese “reformismo del miedo” se llevó a cabo
con una propaganda sistemática contra una revolución que nunca pensó en la
invasión de occidente, porque su principal herramienta fue la fe: la fe en que
la lógica de la historia marchaba hacia el comunismo, por tanto, tarde o
temprano occidente llegaría a él.
Esa comprensión
vanguardista de la historia, que marchaba hacia el socialismo y que el faro, el
mascarón de proa, era la URSS -junto con todos aquellos elementos propios al
sentido imperial ruso- condujeron a la desacreditación universal del relato
socialista cuando, por ejemplo, los dirigentes comunistas condenaron los
populismos latinoamericanos, o cuando condenaron el mayo francés o el mexicano;
o con la represión a la propuesta de socialismo con rostro humano en
Checoslavaquia o en Hungría. Con ello el
miedo a la revolución se fue desvaneciendo, sólo era cuestión de tiempo que ese
castillo de naipes se cayera en 1989. Cuando cayó, el imperio norteamericano comenzó
a inventar otro enemigo en su reemplazo: el mundo musulmán. Así se dio forma a
la primera guerra de la pos guerra fría, la guerra de Irak en 1991.
Pero está claro que la amenaza no era el sistema socialista que emergía de la URSS. La amenaza no era el comunismo, a pesar de que se agitaba ese miedo, sino las posibilidades de reforma o de revolución que las mismas sociedades necesitaban. Y ese temor a la revolución o a la reforma es lo que marcó el siglo XX. Por eso es un gran acierto lo que Karl Kraus había señalado hacia 1920, cuando decía que no le interesaba la práctica del comunismo, no es eso lo relevante. Lo más importante es lo que simboliza, “es su condición de amenaza constante sobre las cabezas de los que poseen riquezas lo que importa, que Dios nos conserve para siempre al comunismo, para que esta chusma no se vuelva todavía más desvergonzada… y para que, por lo menos, cuando se vayan a dormir sufran pesadillas”.
J.Q.