sábado, 19 de noviembre de 2011

"Estela" y los trabajos de la memoria

Publicado en "Diario Río Negro" edición del  23 de noviembre, sección espectáculos.

Por simple decoro generacional, no diré desde cuándo escucho a León Gieco, basta con decir que mis ideas han crecido con sus letras, entre otros insumos. Pero hay una canción de este querido trovador que siempre me resultó incómoda. Lleva por título La memoria. Se trata, para este humilde escriba, de una canción tanguera, con todo el lamento de los buenos tangos. Siempre que escuché esa canción pensé: ¿no hay virtudes, alegrías, ideas memorables, recordables? La escuchaba y me resistía a que hacer ejercicio de memoria fuese solo recordar todo el dolor que nos han infligido. Es una mirada sobre esa canción que, con seguridad, muchos no compartirán. Sé que no es eso lo que está detrás del poema de León. Lo que está detrás de ese poema es el hecho de que todos esos crímenes, todo el “engaño y la complicidad”, han pretendido sepultarse con políticas de olvido, que han fracturado la transmisión de la memoria. Era una canción de los años ’90, cuando el peronismo había profundizado las políticas de impunidad del alfonsinismo. Ese era el contexto. Es que los trabajos de la memoria –esa combinación de recuerdos y olvidos- hablan de cómo nos paramos en el presente, de la hostilidad del mismo, o de cómo el sujeto de instala en sus días.

La película Verdades verdaderas: la vida de Estela, de Nicolás Gil Lavedra, si bien es básica y austera, nos ofrece un ejercicio de memoria diferente. El film comienza justamente con el recuerdo, pero vinculado a la alegría y a la esperanza. Hay muchas expresiones que simbolizan ese sentimiento, el gesto de plantar un árbol, que es ciertamente muy parecido al de esperar un nieto, es una de esas formas. Con ese gesto de esperanza en una familia platense como tantas, comienza esta historia que continúa plagada del recuerdo de pequeños detalles que la vida cotidiana regala en forma de imperceptibles alegrías del día: la comida en familia, el humor afectuoso de padres mayores, la complicidad intrafamiliar, etc. Desde el comienzo uno está emocionado, pero no tanto de tristeza por la historia que sabemos que vendrá. 
Si la lágrima brota casi con los títulos, en este caso es porque -como diría el poeta- es hija de la ilusión desmedida y ha madurado lentamente en nosotros cuando nos vemos en esos pequeños detalles de la vida. Luego la lágrima sigue, ya no solamente como hija del deseo de futuro sino como expresión de dolor por lo que nos ha pasado, por la experiencia de esa familia que, de alguna manera, es la expresión familiar de lo que somos como país. El final está en las antípodas de la canción de León. Son todas sonrisas, alegrías paradas en el umbral de una historia dolorosa. Es otro el contexto, se han revertido las políticas de olvido. Otro ejercicio de memoria es posible.


Una ausencia extraña

Esta mujer, que todos llevamos en el corazón, con orgullo y afecto, ha contado en varias oportunidades, muchas cosas de su vida. Por ello no dejó de llamarme la atención la ausencia en el film de una experiencia familiar que refleja, mucho mas que ciertas situaciones de la película que tienen el mismo sentido, las contradicciones de una sociedad, pero en este caso en el seno de la familia Carlotto: el mundial de fútbol de 1978.

No hace falta decir mucho sobre ese mundial. Ya se sabe que (junto a la Guerra de Malvinas) ha sido una de las más costosas operaciones de manipulación popular de la dictadura. Algunos jugadores extranjeros sabían de la cuestión de los DDHH y el terrorismo de estado, pero pocos se animaron a hacer lo que hicieron Ralf Edström y Staffan Tapper, jugadores de la selección sueca.
Recordemos un poco: Era jueves 1ro de junio, Alemania y Polonia abrían esa “fiesta” en la cancha de River. Pues bien,  estos dos suecos se convertirían en los únicos jugadores del mundial que prefirieron estar frente a la Casa Rosada acompañando la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, que reclamaban por sus hijos desafiando al poder y tratando de llamar la atención del mundo.
Como si su familia fuese el país, Estela Carlotto ha contado en varias oportunidades que, mientras ella lloraba en la cocina de su casa, junto a su marido por su hija desaparecida (Laura Carlotto), en el comedor sus cuñados y otros tantos familiares gritaban los goles de Kempes, el matador. 
Carlos Ferreyra supo decir:
Aquello fue mundial.
Hicimos pelota nuestros miedos,
Le pusimos un caño a los horrores,
Apartamos de taquito la miseria,
gritamos el horror como si fuera un gol.
Y nosotros allí,
con el mundo al revés,
hechos pelota.

Pienso en esa escena ausente y me detengo nuevamente en la estación de la memoria, a tratar de desentrañar esa relación tan difícil de entender: la de las sociedades con sus dolores y su pasado. Pensaba en eso y recordé el momento en que fui a sacar la entrada. Había, para entrar al cine, dos colas de aproximadamente 50 metros, predominantemente jóvenes. Como había llegado sobre la hora me dije: “Me quedé sin entradas”. Pero no, en el estreno en Neuquén de Verdades verdaderas. La vida de Estela, éramos sólo tres personas en la sala. Creo que para Crepúsculo I se agotaron las entradas. Quizá fue una simple casualidad, pero no dejo de pensar en el detalle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Que te parece este artículo? Esperamos tu comentario !!