jueves, 23 de diciembre de 2010

Argentina y Australia

(Este artículo se publicó en "La Mañana de Neuquén" el domingo  6 de junio de 2010)


Fidel, peluquero amigo desde hace tiempo, y que me asistió hace pocos días, tomaba sus tijeras con su habitual pasión, con la misma con que suele desplegar sus argumentaciones sobre la selección nacional, el tango o el rumbo del país. Yo no prestaba mucha atención a su locuacidad cuando repentinamente escucho la siguiente frase: “mirá a dónde hemos llegado con éste país… y fijate lo que hicieron los australianos partiendo del mismo lugar”.
Tijera en mano, había tocado un punto sensible que no podía dejar pasar. Porque la comparación entre Argentina y Australia -o con Canadá o Nueva Zelanda- no es nueva, y el bicentenario parece ofrecer un escenario propicio para ese ejercicio, que echa mano de la similitud de índices –muchas veces de elaboración dudosa- entre nuestro país y aquellos, en tiempos del primer centenario.
Lo primero que me provocó la expresión de mi amigo es la intención de dejar claro que no pocas veces esas comparaciones son interesadas y se hacen para promover políticas que justamente esos países no aplicaron nunca y que, en verdad, nos llevarían a estar más cerca de Biafra que de Australia. En segundo lugar, hay en las argumentaciones que echan mano a ese tipo de ejercicio comparativo, un aire despectivo ante las potencialidades nacionales que fácilmente llegará a que eso sucede “porque los argentinos somos vagos”, frase que mi amigo Fidel no habría dicho jamás, creo. Entonces aquí nos encontramos con otro aspecto de ese ejercicio comparativo: ¿se hace realmente para aprender de experiencias ajenas? Si la historia no se pasara por alto, no sospecharía tanto.
Recordemos que estos países se incorporan a la economía mundial en plena segunda revolución industrial, llamada también revolución de los transportes –segunda mitad del S.XIX-, que posibilita la ampliación de la periferia como aportadora de materias primas para los centros industriales europeos. En ese contexto, los países con grandes praderas fértiles, como Australia, Canadá o Argentina, tuvieron una gran oportunidad. Pero los primeros llevaron adelante un proceso radicalmente distinto al de nuestro país, por muchas razones. Para el caso basta con señalar dos.
Lo primero es que Australia tuvo un proceso de integración social y de conformación de sus clases económicamente influyentes, totalmente diferente al nuestro. En esa experiencia fueron los colonos la punta de lanza para desplazar a los pueblos originarios y ampliar la frontera incorporando esas praderas a la producción, conformando una estructura agraria diversificada y una base social muy amplia porque también lo fue el reparto de la tierra. Esa misma base social, amplia y diversificada, motivó un proceso temprano de industrialización, generación de centros urbanos y desarrollo de la manufactura, apareciendo también una burguesía y una clase trabajadora vinculada al desarrollo industrial que se veía como una consecuencia lógica y normal del proceso que venían teniendo.
La segunda cuestión es que ese proceso dio lugar a que, a pesar de haber conservado el status formalmente colonial respecto de Inglaterra, esas sociedades tuvieron tempranamente -desde el S.XIX-  políticas de defensa del mercado interno -incluso frente a las importaciones británicas- y de desarrollo de un capitalismo nacional autóctono. Como contrapartida, en la Argentina, ese proceso fue bien distinto.
Ya antes que llegaran las grandes oleadas inmigratorias, la tierra estaba ocupada –sobre todo las zonas más fértiles- por una estructura de la propiedad de alta concentración. Y, salvo algunas colonias que se fueron conformando en acotadas zonas del país, esta migración tuvo enormes dificultades para acceder a propiedad de la tierra. Por lo tanto la conformación social del agro argentino tuvo, a grandes rasgos, dos pilares: los grandes propietarios y por otro los arrendatarios y peones. Esa concentración de la riqueza en un sector que era el fundamental y más dinámico de la época, porque el país -al igual que Australia- crecía con el impulso agropecuario, tuvo consecuencias muy importantes. Porque los grandes propietarios no hacían otra cosa que no fuera fortalecer de todas las formas posibles la complementariedad económica dependiente con Gran Bretaña, renunciando a una política de desarrollo industrial nacional y autónoma, que en otras experiencias se entendía como una consecuencia lógica del proceso.
Cuando comenté algunos de estos argumentos con el peluquero de la anécdota inicial, el mismo argumentó: “Pero tampoco estaba mal…. Si era la actividad exportadora lo que en ese momento les daba la mayor ganancia… y además hizo crecer el país… qué iban a hacer? Era lo mas lógico! No?” Bueno, debo decir que el diálogo se tornaba más complejo. Porque es cierto, el comportamiento de esa clase dirigente era –y lo sigue siendo- como lo supo estudiar Jorge Sábato, “racional”. Tan racional como la de aquellos empresarios que, por conveniencia inmediata, vieron con buenos ojos el golpe de 1976 o el peronismo en los ’90. Sucede que, parafraseando a Keynes, lo que es bueno y “racional” para algunos individuos puede ser malo para todos.
En suma, sostengo que la similitud de algunos índices, por ejemplo, en el ingreso per cápita entre Australia y Argentina a principios del S.XX, oculta mal esas diferencias de conformación histórica, que dieron lugar también a enormes diferencias en el plano político. En el país oceánico se desarrolló a partir de esa base económica una sociedad con más contrapesos y estable institucionalmente, lo cual fue conformando un sistema político donde los consensos de largo plazo son más posibles. Y eso no es poca cosa, porque en definitiva son éstos los que hacen a la estabilidad y al sostenimiento del desarrollo y crecimiento económico. Y aquí sí tenemos mucho que aprender de aquellas experiencias.
El camino será, como siempre, estudiarlas y extraer de ellas lo que se pueda. Pero no cabe dudas que está en la mira la necesidad del mejoramiento en la calidad de los liderazgos (empresariales, políticos, sindicales, etc); el funcionamiento de nuestras instituciones; la cohesión social y el pensamiento crítico. Temáticas que exceden estas reflexiones, surgidas de una conversación de peluquería.


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