jueves, 23 de diciembre de 2010

¿El fin de la pereza democrática?

(Artículo publicado en La Mañana de Neuquén, suplemento dominical)

Conozco muy bien a mi peluquero. Largas conversaciones, matizadas con buen humor,  me han permitido percibir cuándo algo lo está inquietando. Sabía, lo veía en su actitud, que algún titular lo había dejado pensando y, antes de sentarme frente al espejo, me disparó con sus cavilaciones: “Después de la estatización de las AFJP… ¿van por los Bancos? ¿Puede ser confiable un sistema financiero con ese grado de intervención estatal?”
En efecto, tal como lo suponía, la pregunta se desprendía de un titular, y en este caso del Diario La Nación sobre el proyecto de ley de servicios financieros que impulsa el Bloque Nuevo Encuentro Solidario. La pregunta tenía implícita la carga ideológica que revelaba su origen. Pero no nos vamos a detener en eso porque en verdad, esa pregunta me sumergió en una reflexión sobre el sistema financiero.

Newton y Marx juegan en el casino.

El negocio que implica la actividad financiera es antiquísimo, pero la constitución de un mercado global de capitales no tiene mas de dos siglos y medio de vida. El desarrollo del sistema capitalista industrial supuso una expansión de las actividades financieras en la medida que el acceso al crédito resulta vital para la expansión del sistema productivo. Desde entonces el pensamiento económico entendió a la actividad financiera vinculada a la economía real, en la medida que las actividades comerciales y productivas requieren de fondos para activarse y expandirse. Pero esa economía financiera no sólo era el soporte de una gran actividad industrial, sino que también era el vehículo de ganancias sencillas y rápidas, jugando –como en un casino- a la rentabilidad de papeles, comprando y vendiendo acciones, bonos de deuda, o la modalidad de especulación en boga. Claro, a veces iba mal, como a Isaac Newton en la crisis de 1720, donde perdió mucho dinero después de haber comprado bonos de las compañías británicas del sur de norteamérica. Pero a otros les iba bien. De hecho, el más agudo analista del sistema capitalista vivió un tiempo de las rentas de esta “ruleta” financiera, con lo cual de alguna manera la especulación  hizo un gran servicio a las ciencias sociales modernas al posibilitar que Carlos Marx pudiese dedicarse a escribir. En 1862, Marx le comentaba a un corresponsal amigo: “He estado (lo que te sorprenderá) especulando en la bolsa; parte en fondos norteamericanos, pero fundamentalmente en valores británicos, que este año crecen como champiñones (para promocionar todo tipo de empresas que te puedas imaginar). Se los fuerza a alcanzar niveles desmedidos, y luego la mayoría cae estrepitosamente. De este modo he ganado unas 400 libras, y ahora que la complejidad de la situación política abre aún más márgenes, empezaré de nuevo. Es un tipo de actividad que me lleva poco tiempo y por la que vale la pena correr un riesgo, si de lo que se trata es de quitarle dinero al enemigo”.

El mercado global

Más allá de Newton y Marx, lo cierto es que siempre coexistió, en el mercado financiero, la inversión productiva y la simple especulación donde el gran negocio lo hace el que se retira a tiempo. El siglo XIX, de la mano de la revolución de los transportes y las comunicaciones, globalizó este mercado en la medida que el capital adquirió una mayor capacidad para ir de un lado a otro del planeta, buscando la mayor rentabilidad. Eso es lo que el Barón Rothschild, destacado financista de la época, expresaba cuando decía, en 1875: “el mundo entero se ha convertido en una ciudad”. Dicho en forma directa: así como se globalizaba la financiación a las actividades productivas, y los créditos a los nuevos estados (sobre todo en América Latina) también se hacía planetaria la economía financiera o, como la llamaba Keynes, economía casino.
Luego, después de la primera gran guerra, y con el motor norteamericano en marcha vertiginosa, la crisis de 1929 fue un parte aguas. No entraremos aquí en analizar esa crisis. Ríos de tinta han corrido -y de las mejores- echando luz sobre ese episodio. Pero lo que de ahí en adelante se instala es la regulación del estado para evitar la reiteración de una crisis de sobreoferta de productos financieros, y el sostenimiento de la demanda efectiva. Al calor de esas regulaciones, al menos en América latina, se desarrollaron los más importantes procesos de industrialización e inclusión social del continente. Pero las cosas cambiaron, y mucho, con la crisis de principios de los años ’70 del pasado siglo.

El casino universal

Efectivamente, hacia mediados de los setenta y tempranos ochenta, una serie de situaciones hicieron a la aparición de una gran liquidez en busca de reproducir su ganancia. Si a ello le sumamos: las políticas de desregulación de la circulación financiera (esto es, la eliminación o reducción de todos los requisitos o limitaciones que la intervención del estado colocaba al capital financiero); la diversificación de la oferta de productos financieros (me refiero a la transformación de los bancos, que pasaron a ser hipermercados de productos financieros, donde se ofertan –además de sus productos tradicionales- tarjetas, seguros, futuros, etc.) y la revolución informática. Tenemos entonces una conjunción de factores que explican la financiarización generalizada de la economía donde gran parte del capital dinero no se transforma en capital productivo, sino que es usado para comprar productos financieros (de cualquier tipo) en busca de mayores dividendos, aumentando los mercados financieros, que adquirieron vida propia.
Esa financiarización de la economía mundial ha invadido la actividad de las personas, de las empresas, de los estados. Se produjo inclusive la paradojal situación en que los trabajadores, a través de los sistemas de jubilación privada (obligatorios sólo en algunos casos), echaron más combustible al sistema financiero.
Llegamos entonces a una situación en la cual, una gran dinámica parasitaria de economía especulativa, que no genera empleo, pero sí concentración de riqueza,  endeudamiento individual, familiar y de los estados, requiere de cada vez mas recursos porque, aunque no fortalece las economías reales, sus crisis las afecta directamente. Lo sabemos por experiencia propia, pero si alguien no lo recuerda, puede leer cualquier artículo sobre la actual economía europea.
Esa es la economía que en Argentina entró en crisis en el 2001, poniendo en el banquillo de los acusados a toda la dirigencia política, empresarial y sindical que llevó a este maravilloso país a vivir el más vergonzoso período de la historia económica nacional. La pereza de la democracia argentina parece llegar a su fin, ha tardado sólo 27 años en ponerse a discutir, luego de la evidencia de aquella crisis, sobre la necesidad de cambiar una ley que ha sido el eje de esa economía. Discutirla y promover una nueva es comenzar a delinear un nuevo modelo económico, necesario por cierto, porque no basta pararse en un tipo de cambio competitivo. El debate recién comienza, y en él deben participar todos los sectores de la economía argentina, como las universidades y todos los que de alguna manera sostienen un pensamiento crítico. Como en todos los tiempos de construcción: la innovación, el atrevimiento y la creatividad son sustanciales, pero sólo es posible con voluntad política de construir una nación soberana y justa. En fin, fue demasiado para un corte de cabello. Cuando terminé de pensar estas cosas, Fidel ya despotricaba contra Don Julio Grondona y sus 31 años al frente de la AFA. Recién ahí comenzamos a hablar sobre la pereza de la democracia argentina pero ahora, en clave futbolística.

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