jueves, 23 de diciembre de 2010

El tiempo es veloz

Luego de varios días de frío, lluvia, inclusive nieve, la ciudad de Neuquén volvió a ver el hermoso sol de otoño. Disfrutaba ese cambio de temperaturas y en el auto sonaba El tiempo es veloz, una hermosa canción de David Lebón que -con una gran sutileza- habla del componente efímero que tiene la historia para las grandes y pequeñas cosas. La entonaba maravillosamente la Negra Sosa y –todavía con la carga emocional de la jornada del 25 de mayo- quien suscribe pensó: “Que lástima que La negra se nos fue unos meses antes. En estas últimas décadas fue la voz de la esperanza argentina. En ese día, justamente en este cumpleaños, se merecía nuestro abrazo y nosotros su vos. Renovando ese lazo de amor que supimos sostener”. Así, la letra y la tremenda interpretación no lograron sacar a este escribiente de sus cavilaciones sobre estos tiempos del bicentenario argentino.
Llegamos a él viviendo, económicamente, una década extraordinaria. Con sombras, claro, con problemas profundos, limitaciones serias, pero al fin y al cabo extraordinaria. Me preguntaba entonces por la naturaleza de este tiempo económico en que no dejamos de crecer en un contexto de crisis, y en la perdurabilidad de esta coyuntura favorable.
Pues bien, si miramos nuestra historia económica, las crisis profundas -esas que después siempre se citan y recuerdan- son consecuencia de “trastornos” económicos en el “primer mundo”, bien condimentadas con factores internos. Recordemos 1890, 1929, 1975, etc.
En esa línea, nuestra crisis de 2001 fue excepcional, ya que las políticas neoliberales estallaron en nuestros países antes que en el centro del sistema (genéricamente hablando, los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE). La periferia fue el escenario inicial de la debacle neoliberal y, desde entonces, un fantasma recorre el mundo desarrollado: la crisis. En efecto, varios años después –en 2008- estalló con una fuerza incontenible en EEUU y ahora está cercando a Europa. Pero a pesar de todos los males que causa este fenómeno, ningún país desarrollado se dispuso aún a salir del juego que los ha llevado a la situación actual, mas bien promueven un rescate neoliberal de una economía del mismo signo. Los 16 países de la eurozona están ahora en esa línea, pero la crisis sigue su ritmo. En esa parte del mundo hay en estos días 7 millones más de desocupados que hace 20 meses atrás, y las estimaciones no son halagüeñas al respecto. La economía de ese conjunto de países cayó 4% en el 2009, la peor cifra desde la segunda Guerra Mundial, y la producción industrial cayó un 20%, ubicándose a niveles de 1990. Pero ni así, ni amenazados por los que despectivamente llaman los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España), esos estados se disponen a salir de un rumbo que Argentina ya conoce. Y, justamente, como ya sabemos de qué se trata, tendríamos que terminar de salir de él. Quizá debamos seguir con lo que nadie se atreve: la regulación de los mercados financieros, para nosotros, la reforma de la actual ley que liberalizó la actividad.
Reiteramos la idea, estamos en una coyuntura favorable. El año 2001 y, puntualmente, la forma de la recuperación desde el 2002, abrió una enorme oportunidad para la Argentina, porque -entre otras cuestiones-, por fuerza, nos desconectamos del mercado internacional de inversiones. En nuestros días ello resulta una especie de protección frente a los sacudones bursátiles y financieros, una especie de “blindaje” que, con acotadas medidas en los años siguientes, ha posibilitado que los ecos de la crisis en que ha entrado el casino global no alterara en demasía nuestro proceso.
Pues bien, lo anterior supone la apertura de una ventana de tiempo, crítica y acotada, que está en manos de la dirigencia y la sociedad argentina poder aprovechar. Es el tiempo que transcurre entre nuestra crisis neoliberal –la de 2001- y la recuperación económica del centro que todavía no parece vislumbrarse. Si en ese lapso no sólo reparamos los destrozos que en nuestra casa dejaran las últimas décadas del pasado siglo, sino que además definimos un rumbo (industrial, agropecuario, en ciencia y tecnología, en educación, etc.) -en definitiva un proyecto de largo plazo-, la recomposición del centro no nos volverá a colocar en situación de subordinación. Porque la economía internacional es un espacio donde las potencias dominantes imponen su juego y la salida de la crisis implicará para ellas un intento de actualización de los lazos de dependencia, poniendo en cuestión la libertad de movimientos de la que gozamos en la actual coyuntura latinoamericana. En fin, mientras el lobo está lamiéndose las heridas dejadas por tanto jolgorio neoconservador, podemos aprovechar ese tiempo para rehacer nuestra casa. Como en el clásico cuento de Los tres chanchitos, podemos hacer una casa de paja, de leños o de un material consistente que pueda resistir la fuerza del lobo cuando éste se recupere y retorne a sus andanzas. En los últimos años, aunque sin horizontes de largo plazo, se han recuperando algunas herramientas para la reconstrucción, un buen comienzo. Si a ello agregamos datos coyunturales como los indicadores macroeconómicos, la desarticulación política de viejos sectores de poder, el sistema de alianzas de la política latinoamericana, entre otros, estamos todavía en condiciones inmejorables de hacerlo. Tanto la región -el continente latinoamericano- como el país, lo tienen todo (sí, todo) para salir adelante por sus propios medios. Y eso no significa aquí “zafar” de la situación, sino echar las bases de una nación moderna, justa, libre y soberana. Ahora bien, ello dependerá de nuestra capacidad para generar los instrumentos y las políticas necesarias en el sentido de los consensos duraderos, y ello nos conduce necesariamente a considerar otros aspectos de nuestra vida nacional, que inciden directamente y son, por tanto, parte de este desafío.
El gran historiador francés Fernand Braudel, estando preso de los nazis pensaba en las duraciones, en los tiempos largos y cortos que dan cuerpo a las coyunturas históricas. Para nosotros, argentinos que venimos de largas décadas de desvarío y decadencia, hacer un esfuerzo para que lo urgente no desplace a lo estratégico, es fundamental. Si queremos despegar como nación y dejar atrás 200 años de áspera infancia tendremos que enfrentar ese desafío y discutir ampliamente sobre el tipo de casa que podemos hacer, con qué materiales, a qué ritmo y qué aportará cada uno de los grandes sectores económicos. El clima de unidad nacional que nos está dejando el bicentenario es un condimento inmejorable. Dar pasos hacia adelante, arraigando institucionalmente los consensos de largo plazo, es vital. La oportunidad no estará siempre, el tiempo es veloz.

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